El escritor y periodista Germán Vargas Cantillo.
El escritor y periodista Germán Vargas Cantillo.
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La Cueva.

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Don Germán Vargas: El maestro y la novata

Al cumplirse cien años del natalicio del escritor y periodista una de sus alumnas lo recuerda.

No lo conocí como locutor ni en la época en que andaba con el Nobel Gabriel García Márquez y Alfonso Fuenmayor. Mis recuerdos se remontan a los años 80, cuando empezaba a escribir en El Heraldo. Jamás se me olvida la imagen serena de don Germán Vargas Cantillo, con ese aire de papá bondadoso, de consejero y de gran señor. Sí, de gran señor, porque así era. Cuando Olguita Emiliani entraba a la redacción llamando a gritos a uno de los periodistas, reconozco que yo temblaba de miedo. No estaba acostumbrada a eso. Observaba a don Germán aterrorizada y con su mirada apacible y sus penetrantes ojos azules, sentía que tenía la protección de un ser comprensible, un ‘papá’ en mis comienzos en el periodismo. “Tranquila, que no es contigo”, me decía para calmarme. Casi siempre me encontraba en su oficina, porque hablar con él era un aprendizaje diario. Le consultaba cómo titular y cómo rematar una información.

Una vez tuve una discusión con uno de los fotógrafos porque se había puesto a bailar después de la elección del concurso de Miss Juventud sobre el cual yo tenía que hacer una nota, y me tocó tomar un taxi sola a la una de la madrugada para regresar a mi casa. Al día siguiente puse la queja por lo que el fotógrafo se enfureció conmigo y don Germán salió de la oficina para protegerme de los agravios que me decía.

Gabriel García Márquez, Juan B Fernández, Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor.

Siempre estaba ahí… sentado, pensando, escribiendo o leyendo algún libro de los que le llegaban diariamente para que los analizara y emitiera su sabio concepto. También me defendía de Guillotín, ese mordaz periodista que en son de chanza se burlaba de lo que escribíamos en sociales, y que para él eran cursilerías. Y ahí estaba don Germán para decirme: “No le prestes atención… eso te lo dice para mortificarte. Él sabe muy bien que las sociales es lo que más lee la gente. Esta es una sociedad parroquial y a las mujeres les encanta ver cómo se visten Lady Di, la Reina Isabel… y a los hombres les gusta saber si salieron fotografiados o para chismosear quiénes asistieron a X evento”. Sus palabras me animaban para que no se me salieran las lágrimas y Guillotín se iba para su oficina a reír a carcajadas. Feliz por haberme inquietado, por haber logrado su objetivo. Él y sus compañeros de redacción nos decían zanahorias.

Lo que me tocaba pasar para enfrentarme a esos periodistas mamadores de gallo… El día que don Germán se fue a su viaje sin regreso, fui la primera que se dio cuenta de su ausencia porque su oficina quedaba a mano derecha de mi escritorio y me tocaba verlo apenas llegaba a trabajar.

No estaba él, ni su tinto, ni un libro sobre su escritorio; era muy ordenado. Me extrañó su ausencia porque era muy puntual y fui donde Maruja Abello y le manifesté mi preocupación. Ella de inmediato habló con el director Juan B. Fernández y llamó a Laurian Puerta, quien era su amigo y compadre, para ver si sabía dónde podría estar.

Laurian le dijo que sí estaba en la ciudad y que sugería que mandaran a buscarlo a su casa, porque a lo mejor se había quedado dormido. Susy, su esposa, estaba de viaje. Recuerdo que forzaron la puerta de su apartamento y lo encontraron en el baño sin vida. Esa oficina sin don Germán dejó de tener la vida literaria que le imprimía diariamente. Dejaron de desfilar escritores y periodistas de todo el país que siempre hacían una parada para conversar con él. Cien años de su natalicio en la gloria de Dios. El gran señor de mis comienzos en el periodismo.

Por: Loor Naissir

Tomado de la Ola Caribe

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