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Y el mundo se detuvo

Aún no lo podemos creer: ¡detuvieron el mundo de Mafalda y por fin nos pudimos bajar! Han quedado en pausa los afanes del mundo, las agendas repletas, las carreras a contrarreloj para mover los indicadores de gestión. Nos hemos quedado a solas, contemplándonos en el silencio de nuestra propia presencia y, desde esa calma, abrazando incluso la incertidumbre sobre lo venidero para nosotros y para el mundo.

Desde ya podemos vislumbrar de forma distinta varias cosas:

La primera: El valor de la democracia y la importancia de un voto  crítico. Los líderes del mundo han tenido el mayor de los retos en la historia reciente y, desde la tranquilidad de nuestras casas, se puede apreciar la disparidad en la toma de decisiones de un gobernante  preparado, apasionado por el servicio, que le debe su elección únicamente a la voluntad consciente de un pueblo, y el actuar de aquellos que por encima de sus buenas intenciones tienen que sopesar los intereses minoritarios de un modelo económico que deberá revaluarse. Por eso, después de este trance de aprendizaje no se nos puede olvidar que la ilusión vendida en forma de democracia, se convierte en humaradas de demagogia.

La segunda. El poder de la mente. Nos subieron en una carrera sin fin por “educarnos” en una estructura cuadriculada, rígida y competitiva, donde poco espacio quedaba para cultivar el espíritu, la fe y aprender del control de las emociones. Desde nuestros hogares y lo repetitivo de nuestros quehaceres diarios, hoy sólo sobrevive emocionalmente quien está viviendo un día a la vez. Aquel que abrace la esperanza y suelte el control,  será capaz de mantenerse en el presente y reinventarse convirtiendo cada enseñanza de este tiempo en una oportunidad, de lo contrario, se corre el riesgo de que la mente nos dejé condenados a la depresión de vivir en el pasado o en la ansiedad de imaginar un futuro incierto.

Y la tercera. Vivir ligeros. Parece una frase calcada de algún  coaching de moda pero, en esta pausa hemos podido reflexionar sobre el consumismo acelerado que nos llevó a pensar que sólo alcanzábamos la felicidad obteniendo lo que creíamos que nos faltaba.

Esta nueva realidad nos detiene y nos mantiene a solas, obligándonos a ser felices con lo que tenemos. Entonces nos damos cuenta que no necesitamos tanto para vivir.

Vivir ligeros nos enseña a respetar las leyes de la naturaleza y aprender que siempre vendrá a  reclamar lo que le pertenece. Vivir ligeros nos puso a aplaudir con humildad a quienes dedican su vida al servicio. Vivir ligeros nos regresa la empatía, desnuda la soberbia y nos vuelve compasivos.

Ojalá que al volver, hayamos podido romper la coraza con la que hemos protegido nuestros corazones y le apostemos a una sociedad con modelos económicos y sociales más colaborativos y menos inequitativos. Ya lo dijo el Papa: Nadie puede salvarse solo.

Al volver, demos gracias y tomemos decisiones desde el amor y la solidaridad y no desde el ego y la vanidad.