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Un presidente, un dictador y un pueblo que sufre

El mundo entero está en vilo ante lo que pueda suceder en Venezuela, el país  con las mayores reservas de petróleo en el mundo que ha venido colapsando año tras año desde que el chavismo tomó el poder. Miles abandonan el territorio cada día, incluso algunos lo hacen a pie. Hay largas filas para comprar comida, apagones de energía, hospitales sin insumos, morgues abarrotadas por una delincuencia implacable y creciente y así mil problemas más que han hecho pasar al país de una potencia a un cadáver insepulto que cada día huele peor.

Sin embargo una valiente voz en medio del caos hace ver algo de esperanza. Se trata de Juan Guaidó, el joven presidente de la Asamblea Nacional que, haciendo caso omiso a amenazas de muerte y a presiones del gobierno, convocó y logró que millones de venezolanos salieran a las calles a pedir e implorar un cambio y justo ante ellos, Guaidó se proclamó presidente basándose en los artículos 233, 333 y 350 de la Constitución que establecen que, en caso de ausencia absoluta del jefe de Estado, corresponde al titular del Legislativo ocupar de forma temporal el Ejecutivo y convocar elecciones.

Y lo hizo luego que Nicolás Maduro se posesionara el pasado 10 de enero para un nuevo mandato que a todos luces fue fraudulento, como denunció a tiempo toda la Asamblea Nacional que ha sido declarada en desacato por las unas Altas Cortes manejadas a su antojo por Maduro y su corte. Porque aunque no lo crean en Venezuela solo resultan válidas las elecciones que gana el oficialismo no las que gana la oposición.

Y todo quedó claro con las elecciones legislativas del 2015 que fueron ganadas en franca lid por la oposición, unificada bajo la Mesa de Unidad Democrática (MUD), tras 17 años de hegemonía chavista. De inmediato los opositores empezaron un proceso para revocar al presidente, pero no contaron con las movidas de un Consejo Nacional Electoral que les bloquearía e invalidaría todas las firmas recaudadas, y que luego en 2017 remataría un Tribunal Supremo, de mayoría oficialista, que los declaró en “desacato”. Y que luego terminaría de enterrar Maduro con el llamado a una Asamblea Constitucional que por supuesto ganó con amplio margen y que sirvió para fulminar todas las leyes de una Asamblea opositora que lo derrotó en las urnas. Todo esto en medio de protestas reprimidas con violencia y con un éxodo que parece no tener fin.

Ahora, el apoyo internacional dado a Juan Guaidó ha sido contundente, especialmente el que ha recibido desde la Casa Blanca y el Reino Unido, el bloque latinoamericano liderado por Colombia y Brasil y así más y más países que no quieren ver más sufrir al pueblo venezolano, que no quieren que sigan huyendo, abandonando sus hogares y llegando a distintos lugares muchas veces en condiciones de mendicidad.

¿Es Juan Guaidó y los diputados opositores la esperanza de Venezuela? No podríamos asegurarlo, incluso menos ahora que Maduro y Diosdado Cabello se escudan tras sus generales y dicen que tomarán medidas contra ellos y contra las delegaciones diplomáticas que les han brindado apoyo.

¿Detendrá Maduro a Guaidó y a los diputados como ha hecho con más de 300 presos políticos y despertar así reacciones de un Donald Trump que desde su llegada al poder quiere tomar medidas radicales con Caracas? Ese es el gran interrogante de estos días, mientras, el pueblo sigue sufriendo y sigue saliendo a las calles a enfrentar a fuerzas represoras.

Y a pesar que desde China, Rusia y México digan que hay que respetar a Nicolás Maduro y su corte otra cosa vemos los demás. Vemos a millones desesperados en las calles que tienen la esperanza en un valiente joven de 35 años, un ingeniero con una fulgurante carrera política que habla incluso de amnistía, llamar cuanto antes a unas elecciones transparentes y de tomar medidas para frenar la cruda realidad del colapso económico y social de Venezuela.

Juan Guaidó, el presidente interino,  la esperanza de un bravo pueblo que al parecer ya despertó y se hartó de los abusos, la corrupción, la pobreza y la violencia que les ha traído un invento que Hugo Chávez bautizó como la revolución bolivariana, el socialismo del siglo XXI. Legado que dejó en manos de un dictador llamado Nicolás, que tiene a millones padeciendo males que nunca pensaron, llegarían a sus puertas.