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Terrorismo en tres actos

ACTO UNO

Alguien lo ha llamado a su celular. Le avisa que acaba de pasar algo. Cuelga el teléfono y sale de la página de Word donde estaba trabajando sobre un informe que debía entregar. Con rapidez entra a Facebook y empieza a disparar a diestra y siniestra estados de todos los tipos y calibres. Se imagina la dantesca escena mientras escribe, casi obnubilado por la tragedia. Murmura entre dientes una que otra maldición contra el gobierno de Santos y antes de pulsar “enter” masculla más fuerte: “ahí está su puta paz”.

Se queda un rato frente a la pantalla de su computador esperando que las notificaciones le informen a quién le gusta su estado. Ya hay uno. Ahora otro. Varios más. Muchos, con comentarios más terribles azuzando a la guerra. Al fin y al cabo, parece, que la solución está en el baño de sangre. ¡Tanto tiempo que se perdió negociando una falsa paz!, piensa él para sus adentros mientras que siente que esto es inspiración para reforzar su estado de Facebook y, por qué no, replicarlo en Twitter.

Se da cuenta que Álvaro Uribe Vélez, al que siempre ha considerado como “el gran colombiano”, ya había responsabilizado a la “falsa paz” de la tragedia en la Escuela de Policías en Bogotá. “Él sí sabe”, dijo para sus adentros mientras se frota las manos y, aún más envalentonado, vuelve a disparar en las redes.

Envuelto en una especie de trance empieza a navegar y se detiene saboreando cada post violento que llama a la guerra. Se adhiere a la tesis que la violencia actual es por culpa de la paz, y monta varios memes en que culpa a Petro y a todo lo que no sea la derecha colombiana, del lamentable atentado. Hay más notificaciones. Algunas le dicen que no es ético ensalzarse en medio de una tragedia ni buscar provecho político a costa de la muerte de otros. “Hay familias que sufren. Todos somos colombianos. Ese lenguaje violento nos llevará a más violencia”, lee en uno de los mensajes. ¡Mamerto estúpido! Le grita al computador como si este tuviera la culpa…y en un rapto de “inspiración” vuelve a escupir odio y rencor clamando “justicia”.

 

ACTO DOS

Maneja camino a su trabajo sintonizando, como siempre, la misma emisora, para enterarse de los pormenores del día a día en el país y el mundo. Mientras espera el cambio de luces en un semáforo, escucha sobre el atentado en la escuela de Policía en Bogotá. Un desespero se apodera de su alma. Aún en anaranjado acelera y vuela la escuadra como alma que lleva el diablo.

Se detiene en su trabajo y ya en su oficina empieza a recorrer las redes. ¡Está claro como el agua! Grita ante un público imaginario. “Ahí tienen lo que los uribistas de mierda querían”. Ya tienen la guerra de vuelta.

No puede perder más tiempo. Se sienta frente al computador y empieza a teclear como poseído por todos los demonios. Por su mente pasa el resultado del plebiscito donde los “enfermos ultraderechistas del No ganaron”. Sigue maquinando mientras se convence de que después de nueve años sin carro bomba, ya los uribistas se fabricaron el suyo para justificar la guerra.

Postea enfurecido culpando a Uribe y a todo lo que huela a derecha de la tragedia y adhiere al post que insinúa que todo es un complot. “Un auto-atentado para incitar la guerra y acabar con la paz”.

Arremete contra el Fiscal a quien llama “el asesino del cianuro” y se lleva por delante al expresidente Uribe a quien solo falta que culpe de armar, dirigir y hacer detonar el carro bomba.

Las notificaciones empiezan a sonar. Hay muchos me gusta. Su ego se enciende y sabe que tiene la razón. Los policías muertos son víctimas de Uribe y todo lo que apeste a la derecha. Son las víctimas de la guerra que ellos querían. Sigue disparando palabras casi que en un estado febril y solo se detiene cuando lee que otros internautas llaman a la mesura. “Mesura su madre, paramilitar desgraciado”, grita a la pantalla mientras sigue escupiendo palabras en las que cree “denunciar su verdad”.

 

ACTO TRES

En veintiún hogares empieza a repicar el teléfono. Los gritos de dolor estallan a través de los auriculares. Madres, tías, hermanas, hijos y padres se abrazan en un cerco de dolor. Una niña de dos años no entiende por qué su mamá llora y repite entre lamentaciones el nombre de su padre.

En todas las sedes de la Policía Nacional hay un ambiente de luto. Nadie habla, pero sus miradas lo dicen todo. En Bogotá, los agentes que custodian el lugar de los hechos se mantienen firmes, pero no pueden impedir que las lágrimas resbalen por sus rostros. Lágrimas de impotencia ante el cobarde atentado.

Los colombianos de bien, que por fortuna son más, hacen sentir su voz de apoyo a la institución, al país y, sobre todo, a las familias de las víctimas. El rechazo crece. Algunos empiezan a condenar el “oportunismo político” de aquellos que, aprovechando la tragedia, empiezan a postear para solidificar sus ideas políticas.

En los hogares de las víctimas y en las clínicas donde medio centenar de heridos se recuperan, los familiares no entienden aún cómo es posible semejante barbarie. No son uribistas, ni santistas ni petristas. No saben de centro o derecha. Solo saben que sus hijos servían a la patria y ahora están muertos o heridos.

Las redes empiezan macabramente a difundir videos horripilantes sonde se ven cuerpos mutilados. Los medios vociferan titulares de espanto. En medio del terror, hay que mantener el rating, tan bajo últimamente. Y mientras llegan voces solidarias condenando el demencial atentado, empiezan a proponer marchas para que el país, sin distingos, rechace la violencia.

-Esa marcha es uribista- dirá uno

-Si es propuesta por la derecha jamás iré- dice otro

-Los de las marchas son Petro y los suyos…

- ¿Es que la izquierda va a marchar?… pffff

Y así, la guerra eterna en las redes, empieza de nuevo.