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Profesor Bustillo, el montemariano universal

Me faltan fuerzas. Me siento completamente incapaz de encontrar las palabras adecuadas para expresar públicamente lo que nos ha sucedido y nos ha dejado sin aliento a todos aquellos que tuvimos la suerte de conocer al profesor Bustillo. Demasiado que decir sobre lo que nos acaba de suceder. German De Jesús Bustillo Pereira ha muerto.

Desde hace tres años, venía sufriendo de dos males: el Parkinson y el Alzheimer. Dos enfermedades que no pudieron vencerlo, sino que mas bien, se complicó de los pulmones.

Lo conocí donde tenía que conocerlo: en un salón de clases del Instituto Rodriguez de San Jacinto, Bolivar. Era el año 1964 del siglo pasado, cursaba, el cuarto año elemental. Se nos presentó como el nuevo profesor de historia patria.

Recuerdo que comenzó la clase disertándonos sobre el descubrimiento de America y duró tres meses hablándonos de las tres embarcaciones donde venían Colón y sus compañeros de viaje. Hipnotizaba a todo el curso y su verbo era de admonición. Ya lo sabía todo. Habia llegado a ese instituto porque no pasó su examen, para entrar a estudiar la carrera de medicina en la Universidad de Cartagena. Fue el año “sabático” que lo calificó el juglar Adolfo Pacheco en la canción La Babilla de Altamira; a la sazón también profesor del Instituto. Fue el mejor año de su vida. Conoció al mundo. Y su caribanía se introyectó en su alma. Su modo de ser Caribe lo llevó, para donde girara el mundo. Admiraba y quería mucho a Andrés Landero y su cumbia preferida era Rosa y Mayo, la tarareaba constantemente. De Adolfo Pacheco Lirio Blanco, porque aquí ya se asomaba la influencia de Gustavo Adolfo Becker; tambien del gaitero hembrero Juan Lara, le gustaba, El Acaba Son y donde Canta La Paloma. Y del Gaitero Mayor Toño Fernández, amaba la canción Candelaria.

Al terminar el año sabático en el Instituto Rodríguez, había recibido, el consejo del colega Adolfo Pacheco, de no estudiar medicina, porque él le tenía miedo a la sangre y era muy nervioso. Le recomendó Ciencias Jurídicas. Así lo hizo, en la Universidad Externado de Colombia. Participó en política directa y no le gustó, porque todos ellos, eran menores de edad en términos kantianos. Es decir, no aplicaban el principio “sapere aude”: atreverse a pensar por cuenta propia. Eso lo decepcionó y se refugió en los libros para enseñarlo a sus miles y miles de discipulos. No supe más del profesor Bustillo, hasta, que terminé mis estudios de filosofía en la Universidad Nacional de Colombia en el año 1981 y de una regenté un seminario sobre La Ilustración en la Facultad de Filosofía de la Universidad de San Buenaventura. El decano de filosofía era el Padre Pablo García y nos citó a una reunión a todos los profesores y cada uno se fue presentando.

El profesor Bustillo estaba ahí con nosostros; y el padre Pablo le dijo: Profesor Bustillo usted tiene que compartir el seminario de Ilustración con el profesor Gil Olivera; usted enseñará Rousseau; y Voltaire, el profesor Gil. Apenas lo ví le dije:  yo lo conozco a usted, fue mi profesor. De una su memoria prodigiosa, comenzó a dar vueltas y vueltas; hasta que me dijo: no recuerdo en que universidad te he dado clase. No, le riposté. No fue en la universidad. Fue en el Instituto Rodriguez y de una preguntó. ¿Usted era interno?. No profesor, estudié con su hermano José Gabriel y mi nombre es Numas Armando Gil Olivera del Barrio Buenavista de San Jacinto Bolivar. Ah ya sé, tu eres primo de Antonio Olivera, ese, que se casó con mi aya Lucia quien me ayudó a criar. Sí profesor. De ahí, hasta el sábado dos de noviembre, mi amistad con el maestro creció; como la sombra, cuando el sol declina. Me invitó a su casa y me presentó a su señora esposa Nury Arévalo, oriunda de la población de Ocaña, Norte de Santander. Luego me recomendó para  trabajar en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en la facultad de Comunicación, de la cual fui expulsado por usar mochila arhuaca; y fui recomendado por él también, para dictar la Filosofía del Derecho en la Universidad Pública Militar Nueva Granada. Entonces llegaron los intercambios de libros, las visitas a las librerias; y tomar café en las cafeterías de las universidades donde trabajábamos.

Descartes - Kant

Me llamaba por teléfono a las seis de la mañana los sábados. Y en una de esas llamadas, recuerdo, me dijo que el autor del Discurso del Método,  era en el fondo de su pensamiento un asesino de Dios, que nos habían engañado todo el tiempo, con el “pienso luego existo”. Y que ese Discurso era como el tanque de guerra norteamericano. Es el Discurso de la ciencia moderna. Y ésta, tiene los cuchillos sucios de sangre de Dios. Quizás por este motivo, los jesuitas del convento Saint Josept de La Flechè  no le dieron su santa sepultura; y por eso sus restos estan sepultados en San German de Paris.

Vente a almorzar a mi casa, para seguir discutiendo. Allá iba y me seguía argumentando, que ese genio maligno de Descartes, era como el duende de Juancho Polo Valencia, no lo dejaba quieto y lo conducía al error.

También me argumentaba que ese Discurso del Método y la Crítica de la Razón Pura de Kant, eran las obras más positivistas de la Historia de la Filosofía y quizás nadie se había enterado de eso. Y me contó que el nombre del libro, de Descartes es: Discurso del Método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias. Fue publicado en 1637 y tenía 41 años cuando lo escribió y es una biografía narrada en primera persona. Recuerda que comienza así: “el buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo…” y la Critica de la Razón Pura: “no hay duda alguna que todo nuestro conocimiento comienza por la experiencia” ¡te das cuenta!

Antes de que el periodista don Juan Gossain lo descubriera; ya él lo sabía todo y se lo repartía a sus estudiantes que asistían a sus clases o cafetería.

Cuando comenzó a coger fama por la radio, fue más humilde y después de tres semanas de persuasión aceptó inaugurar junto al juglar Adolfo Pacheco, la primera Fiesta del Pensamiento realizada en la vecina poblacion de Ariguani organizada por la gestora cultural Aura Aguilar Caro, el 20 de octubre de 2006.

Cuando nuestra constitución nacional cumplió diez años de su nacimiento, la Facultad de Derecho de la Universidad del Atlántico lo invitó a un panel conformado por el presidente del Consejo de Estado de ese momento: el carmero Juan De Dios Montes Hernández, los exconstituyentes Antonio Navarro Wolf y el exalumno de la Universidad del Atlántico Horacio Serpa Uribe y el profesor Bustillo. Su intervención fue brillante, sencilla pero profunda. En horas de la noche, fue invitado a la casa del juglar Adolfo Pacheco y compartimos un rato con el autor de la Hamaca Grande con su familia.

En horas del mediodía del sábado, fue invitado por los estudiantes de Derecho de la Universidad del Atlántico a almorzar arroz de camarón, preparado por la hoy Dra. Rosa Maldonado Paba en casa del Dr. William Llanos. Estuvo rodeado por los estudiantes resolviendo preguntas que le hacían sobre el constitucionalismo y el famoso precedente judicial.

Sus evaluaciones académicas

Cada semestre regresaba a Barranquilla a dictar un seminario sobre Constitucionalismo en postgrado de la Universidad Libre de Barranquilla. Lo bajaban en el Hotel Barranquilla Plaza y apenas instalado me llamaba para que lo acompañara a la universidad. En ese seminario recuerdo a ver visto como estudiantes al magistrado Luis Eduardo Cerra Jiménez; al candidato alcalde Antonio Bohórquez y otro que siempre me preguntaba por ellos.

El profesor Bustillo en toda su carrera docente, nunca en su vida rajó a ningún estudiante. Tenía un método de calificar único: terminado el examen se llevaba la cantidad de hojas amarrada con una corbata y en la noche, calificaba por apellido de la siguiente manera: Juan Carlos Gómez Angulo, le asignaba una calificación de diez. Si tenía por apellido Hernández De Alba Manuel, 9.5. Mauricio Villar Borda 9.2. Camilo Bojacá 9.0. Vicente Epiaju 8.0. Hitler Rousseau Chaverra 9.0. Catalina Vargas Llera 9.7. Manuel López Echandía 9.8. Camilo Amín 8.0. Manuel Ebrath Doncel 8.2. Juan Manuel Rapalino Cervantes 8.7.

Después de entregar las notas definitivas un viernes, regresaba un lunes temprano a la universidad para ver si alguien había perdido su materia para pasarlo. Se preocupaba mucho por el estudiante y más si era de provincia. No regalaba notas. Su actuación para evaluar era una crítica al sistema de evaluación. Para él estaba por encima el saber y el conocimiento y esas notas que asignaba era un requisito administrativo y por nada era eficaz distorsionando toda realidad.

Era un liberador de los tormentos que genera la nota y más cuando viene de docentes que ejercen un poder coercitivo ante los estudiantes creando pánico y muchas veces desequilibrios emocionales y psicológicos.

El profesor Bustillo se alejó siempre de la evaluación en rigor e hizo feliz el espíritu del estudiante. Porque el saber y el conocimiento estaban ya en la mente del estudiante. Fue un maestro convencido de su acción pedagógica totalmente humanista, como formativa.

En el seminario de Constitucional lo acompañé a la Universidad Libre de Barranquilla y me dijo que evaluara a los estudiantes y que no fuera a rajar ninguno y porqué, le pregunté, hay unos estudiantes vagos que no hicieron nada. No importa, me dijo, recuerda que ni el profesor Kant rajó y mucho menos el profesor Hegel, ¡Que los raje la vida!

Recuerdo que le hicieron una invitación a almorzar, a la orilla del mar de Salgar en compañía de Juan Pabon y su hijo, Luis Eduardo Cerra y la procuradora regional Miriam Pacheco Rodríguez. Después de eso, me decía que lo sacara del hotel y lo llevara a la casa de mi madre en San José alli era feliz con mi hermana Marbel Luz, tía Ana y madre. Nos quedábamos hablando hasta altas horas de la noche en la terraza de la casa. Siempre le preguntaba a mi tía Ana y a mi madre por sus infancias apalmezadas en San Jacinto. Tomaba mucho café y fumaba Marlboro a cada instante. Durmió en mi estudio y le puso nombre de Atalaya Criolla. Se levantaba a las 5:30 a.m. y desde el segundo piso gritaba: “No escucho movimientos de ollas" y ya mi hermana Marbel Luz le tenía su tinto espectacular. Luego, lo llevaba al aeropuerto y sentía un miedo terrible. Me decía que el hombre es un animal terráqueo y que cuando las azafatas cerraban la puerta del avión, era como si a uno estuvieran cerrando su sepultura. Fue un ser supremamente religioso por tradición, católico, apostólico y romano. No fallaba un domingo a misa y en la capilla de la Universidad Sergio Arboleda, asistía dos veces.

La muerte

Cuando murió el maestro Rafael Carrillo y me dijo que nos viéramos en el café La Romana del centro de Bogotá para hablar y recordar de la Filosofía del maestro Carrillo. Así lo hizo y cuando estábamos en la mesa donde se sentaba el maestro Carrillo con nosotros, vi que unas lágrimas le bañaban la cara. Murió Carrillo – sí - en Valledupar, le respondí.

Y comenzó a reflexionar sobre la muerte: mira líder tu sabes que nada puede hacernos imaginar la muerte. La muerte es inimaginable. Ya Carrillo está en otra dimensión. Fue un Caribe Universal. Nosotros estamos vivos a condición de ser mortal y no hay mayor verdad que lo que no vive. Lo que vive es lo que puede morir.

Claro profesor, el vivo muere por culpa de su cuerpo, le dije.

Sí líder, seguía argumentando, Carrillo es un muerto inmortal a su manera me duele porque ya no lo veremos más por la Carrera Séptima y confirmo una vez más, que una filosofía en los límites es una en permanente equilibrio. Y ese equilibro lo tuvo el maestro Carrillo.

Profesor Bustillo siempre me decía que lo que vive es lo que puede morir y sin la muerte, la vida no merecería ser vivida. Usted la vivió intensamente, ¡maldita sea la vida sin la muerte! Al decir de EPICTETO. II, 6, 13. Adiós profesor Bustillo.