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Orden y desorden en el Carnaval de Barranquilla

Quizás la mejor manera de entender el Carnaval de Barranquilla consista en percibirlo como un proceso complejo en el cual coexisten el orden y el desorden. Pero tanto el uno como el otro tienen su propia historia, aunque estén casi siempre entremezclados.

El desorden se liga a la espontaneidad y a la fiesta como tono dominante y continuo del festejo. La necesidad de diversión y de comunicar la alegría, en un escenario que las estimula y protege, crea un ambiente distendido en que se puede ser como no se es en condiciones normales.

La coyuntura del Carnaval es especial por eso: acepta y “legaliza” la recocha, la bailadera en la calle, el disfraz de lo que sea, el jolgorio que desarma o somete la cotidianidad (la vida ordinaria), que es sometida al estruendo y a la anormalidad en los barrios, en los clubes, en las calles y en las casas.

El Carnaval, como celebración pública, transforma la fisonomía citadina, instaurando el vacilón momentáneo como norma social dominante. Esta fiesta surgió de la espontaneidad, del deseo de transgredir y divertirse, como fenómeno desarticulado, muy poco organizado o reglado.

En el surgimiento y desarrollo de la fiesta se combinan dos esferas que tienden a complementarse: el desbarajuste prohijado por la espontaneidad, y el orden estimulado por la necesidad de organizar el jolgorio. Organizar, que es también ordenar, no necesariamente significa castrar el desarrollo del festejo.

El orden es necesario e imprescindible en ciertos campos, que de otra manera no podrían ser. Y resulta tan importante que sin él la fiesta no sería lo que es hoy, un patrimonio de Colombia y el mundo. El Carnaval necesita y es fuente del desorden, pero también requiere del orden.

Si se piensa en la estructura principal del festejo, se verá que esta, en parte, es una consecuencia de la necesidad de organizar lo que antes marchaba espontáneamente. La Batalla de Flores, por ejemplo, se le ocurrió a un grupo a principios del siglo XX, y luego fue refinada e institucionalizada como un evento central dentro del jolgorio.

Hoy la tradición se expresa, parcialmente, a través de ese canal reglado, que se fue imponiendo como apertura de los cuatro días terminales, los cuales empiezan a prepararse a fondo desde el 20 de enero, con la Lectura del Bando. La Lectura del Bando es otro hito tradicional que se cristalizó en esa organización necesaria dentro del Carnaval.

Lo mismo cabe decir de la Guacherna (un desfile que le debe mucho a Esther Forero y a las tradiciones espontáneas del Barrio Abajo). La necesidad de un desfile nocturno, como se estila en otros carnavales, empujó a la institucionalización de la Guacherna, el viernes anterior a los cuatro días del despelote final.

Una parte importante del Carnaval se debe a la organización, y esa es la única manera de preservarla. No solo los grandes desfiles y el Festival de Orquestas caben en esa condición, sino muchos disfraces, comparsas, danzas y otras expresiones colectivas de la ciudad y su hinterland, que se han mantenido gracias a la iniciativa de sus gestores y a su institucionalización.

Hasta las famosas verbenas de barrio (hoy en franca decadencia) fueron el resultado de la regulación parcial del desorden colectivo. Estas funcionaron como una suerte de figuraciones (eventos momentáneos con sus propias reglas de juego, en el lenguaje de Norbert Elias), de formas regladas en que se podía bailar y beber sin restricciones.

La misma necesidad de “orientar” o “dirigir” el Carnaval ha motivado serias tensiones entre la libertad para generar desorden y la necesidad de ordenar ciertos procesos, con miras a procurar su mantenimiento y desarrollo.

No es cierto que la fiesta dependa solo de la alegría y la espontaneidad colectivas, pues también depende de una estructura central que la caracteriza, y de instituciones que velan por la marcha adecuada de esta. Y ese proceso tiene que ser ordenado, sometido a unas normas de funcionamiento especiales.

Este aspecto regulatorio opera tanto si la estructura central es “dirigida” u “orientada” por el Estado, como por los privados, o por fundaciones mixtas. El carácter legal, institucional o reglado de estas instancias no se impone por la idea de matar el desorden, sino para abrirle rutas organizadas a la expresión de la cultura carnavalérica.

¿Es posible que la Batalla de Flores, la Guacherna, los desfiles de la 44 y la 17, entre otros, se hubieran mantenido y desarrollado sin un orden previo que operara contra sus tendencias disolutivas?

Incluso, eventos más recientes, como el Carnaval Internacional de las Artes y la Carnavalada, dirigidos por personas y entes no estatales, ¿habrían permanecido sin una estructura de funcionamiento, sin un orden a través del cual discurrieran el arte, el pensamiento y la fiesta con todos sus tonos?

El Carnaval es una mascarada colectiva en que participa y se entrecruza todo: lo público, lo privado, lo ordenado, el desorden sin contención, la tradición organizada y desorganizada; la iniciativa individual, de los grupos; la gente de los barrios populares, de los clubes; las expresiones culturales de los pueblos aledaños y de otros sitios, etcétera.

En esa coyuntura donde dominan la alegría y el desenfreno, y en la cual se proyectan las diversas caras de la ciudad y de la Región, es bueno entender que no todo es tan espontáneo, y que la organización de ciertos eventos es tan importante como la participación de todos.

En el Carnaval de Barranquilla, el orden y el desorden son el anverso y el reverso de la misma moneda: dos facetas indispensables, sin las cuales esta fiesta no sería lo que es en el ámbito nacional e internacional.

El Carnaval es una coyuntura para el goce colectivo, en la cual la tradición, la diversión y la alegría se hermanan para romper la monotonía cotidiana, y en que el orden y el desorden interactúan en un solo haz, sin poder separarse, como si fueran marido y mujer.

El Carnaval es una fiesta para la música, la burla, la sorna, y el disfraz; para reírse de todo y de todos sin medida, en un ambiente que destroza la normalidad, y donde otro orden y otro desorden se imponen. Orden y desorden que ya hacen parte de le esencia más profunda del Carnaval.