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Los hijos de la guerra

Son muchas las cicatrices, el daño pervive, finalmente somos los hijos de la guerra. Nos habituamos tanto a su contexto, que sigue siendo la discusión de fondo más importante en el imaginario colectivo de nuestro país, elegir entre los representantes de quienes fungieron como actores del conflicto.

Se cree que esa disputa también se traslada a las ramas del poder, donde la independencia de cada esfera es un sofisma, todo tiene que ver con todo. Y la fresa del pastel, la ponen las conexiones con medios de comunicación y estratégicos contactos con la mafia.

Lo anterior desdibuja la imagen, credibilidad, y honorabilidad de dichos sectores, lo que explica que muy pocos jóvenes sueñen con ser gobernantes, congresistas, o jueces,  la turbulencia de lo que se vive en esos escenarios es perturbadora.

Nadie quiere pasar por experiencias, como las vividas por las familias de referentes políticos de hoy,  Galán, Lara, Uribe, Petro, Cepeda,  Cristo, entre otros. Quienes por la razón que sea y de diferentes maneras, han padecido los estragos de la guerra. No imagino un escenario en donde perder a mis padres, alejarme de mis seres amados o pasar un día en la cárcel, pueda ser una opción.

Eso quizá, de forma colateral les ha ayudado a lograr votos, sin embargo la pelea más intensa que deben librar, es la de dejar atrás el dolor, un dolor que la cara de sus rivales le recuerda cada día. Y aunque algunos han hecho evidente su apuesta por la ruta de la Paz y el postconflicto, otros, siguen obstinados en no superar la atmósfera de la confrontación.

La disputa se da entre “Paracos”, “mamertos”, “uribistas”, “santistas”, petristas”, de derecha, de izquierda, “duquistas”, de oposición, en un país donde la gran mayoría de sus habitantes dice ser de Centro. Lo anterior, de acuerdo a estudio hecho por el Observatorio de la Democracia de la Universidad de los Andes y USAID, a partir del Barómetro de las Américas.  

La popularidad de los políticos hace algún tiempo se viene midiendo por los triunfos en los juzgados, en donde pasan gran parte de su tiempo,  pues de lo que se trata, es de devastar a los rivales, y una buena forma de hacerlo, es anulándolos a través de los fallos judiciales. Este camino se hace cada día más notorio en razón a los shows mediáticos alrededor de los procesos, y por que efectivamente muchísimos de nuestros No honorables representantes, tienen vínculos con la ilegalidad. Un comportamiento tan recurrente, que parece que la palabra “corrupción” actuara como sinónimo de “política”.

Por el bien de la país esperamos que la terrible noche pase pronto; que podamos superar este lenguaje conflictivo que está más en los políticos que en los ciudadanos y que genera violencia;  que la salud, la educación y el trabajo para la gente, sea la principal ocupación de nuestros elegidos; que nuevamente la nuestra, sea una democracia de partidos políticos fortalecidos, porque lo que se evidencia hoy, no tiene nada que ver con dichas colectividades. Es tal la ausencia partidista, que los colombianos forman su opinión política no por ideologías, sino  por actitudes de las elites políticas.

Es entonces cuando aflora la perversa máxima que se pone en práctica a la hora de sufragar, de que “es mejor malo conocido que bueno por conocer”, y otra de similar calaña, “no importa que robe, siempre y cuando haga”.