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¡Los buenos somos más..!

Bajo el lema de esta frase que ha hecho carrera desde hace rato en el país, los estudiantes, profesores y demás miembros de la Universidad del Atlántico no solo han mostrado su rechazo a la violencia que nuevamente quiere apoderarse en la institución educativa, sino que alientan a toda la población académica a seguir adelante frente a los actos terrorista de unos pocos que quieren crear el caos.

Es cierto. Y no solo aquí en Barranquilla, el Atlántico o el Caribe; es en toda Colombia. Esta frase “Los buenos somos más”, la hemos escuchado miles de veces, especialmente cada vez que suceden hechos que conmueven la estabilidad emocional del pueblo colombiano. Desafortunadamente esos pocos malos, esos que desestabilizan y crean pánico son los que tienen el poder y las armas. Son los que aprovechan las ventajas que les brinda la misma justicia nuestra, las que en muchos casos conviven y practican el delito bajo el manto protector de autoridades de policía y de autoridades del Estado.

El ejemplo más claro, y tal vez más significativo por lo reciente, es el que se está dando con  el proceso que el Gobierno estableció con las Fuerzas Revolucionarias FARC. Aunque ha resistido frente a todos los constantes obstáculos y barreras, no deja de existir día a día alguna piedra en el camino intentando de cualquier forma acabar con la paz que durante más de 60 años ha clamado el pueblo.

Amanecemos y vivimos bajo el temor de saber que en cualquier momento se declara el fin del proceso para volver a la violencia no solo de las FARC y el ELN, sino del narcotráfico y las famosas bacrim que crecen sin control alguno.

El propio Gobierno muchas veces es el encargado de incentivar la maldad y no la bondad. Enquistados en el mismo poder del Estado y, acolitados por sus partidarios, los enemigos de esa paz parecen ir abriendo el camino para lograr que el país permanezca bajo el manto inclemente de la violencia y el y terrorismo.

En el caso de las universidades públicas y particularmente la del Atlántico, aquellos tiempos pasados de los años noventa y comienzos del nuevo siglo que se creían eran parte de la historia, han vuelto a abrir nuevos capítulos de miedo y violencia. Con el agravante de no ser simplemente la protesta por la designación de un rector al que no se considera moralmente capacitado para dirigir, o por falta de recursos de parte del gobierno para adelantar los programas académicos. Quizás esas sean las excusas para llamar la atención.  Creemos mas bien que se trata de argucias para intentar ocultar las oscuras intenciones de volver a tener y conservar el poder  y manejo político que parecía perdido en la Universidad del Atlántico.

Y regresado a la curul administrativa de la rectoría del señor Carlos Prasca tras quedar ”libre del pecado de acoso sexual” del que se le acusaba, sus enemigos políticos (no son los estudiantes universitarios), que por lo mismo son los enemigos de la administración departamental y distrital, han creído oportuno el momento  para volver a la carga mediante la violencia y el terror.

Y más allá de la fabricación de las llamadas “papas explosivas” con poder de aturdimiento, se adopta ahora la fabricación de artefactos y bombas de gran magnitud que atentan contra la vida de los propios habitantes del alma mater. La vocación en la Universidad pareciera no ir dirigida ahora al estudio y profesionalización de quienes con base al esfuerzo y sacrificio quieren alcanzar un mejor futuro. Porque unos pocos, enquistados en la propia institución y tal vez incentivados por agentes externos, prefieren desestabilizar el desarrollo normal académico de quienes, eso sí, en su inmensa mayoría, aspiran a culminar exitosamente sus estudios.

El manejo político de la Universidad del Atlántico ha estado históricamente en poder de la clase política; e internamente se han dado enfrentamientos por ideales unos de izquierda, otros de derecha y de unos más que aunque dicen no pertenecer a ninguna de estas corrientes pretenden el manejo por intereses particulares. Pero engendrar la violencia y el terror y aplicarla internamente para destruir la estructura física de un edificio moderno y funcional y no importar la integridad y vida de sus propios estudiantes raya en lo inhumano y se convierte quizás en un crimen de lesa humanidad.

Quienes crecimos cerca y conocemos parte de la historia de la Universidad del Atlántico, confiamos en que tiempos tormentosos de décadas pasadas que dejaron estudiantes muertos y otros obligados a huir del país no vuelvan a repetirse. Y que quienes pretendan engendrar y producir  terror con bombas explosivas entiendan como dice el refrán que ¡Los buenos somos más..!