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La Aleta del Tiburón

La Aleta del Tiburón (o La Ventana de Campeones) es un monumento que resalta la gesta histórica del equipo de fútbol más emblemático de Barranquilla: el Junior de Curramba. La forma como apareció y se concretó este nuevo ícono de la monumentaria local tiene mucho que ver con la iniciativa privada.

Un seguidor de los tiburones, el empresario ventanero Christian Daes, quiso hacerle un homenaje especial al entrenador Julio Comesaña por haber logrado la proeza de sacar al equipo de una crisis que parecía irreversible, y por convertirlo en campeón del rentado nacional por novena vez, cuando eso parecía imposible.

Cabe recordar que Daes, públicamente, expresó que, si Julio lograba el campeonato con un onceno errático que no le marchaba al anterior técnico, le haría, en recompensa, una estatua a él. Poco después de logrado el triunfo, el compromiso adquirió forma, no en una simple estatua para una sola persona, sino en un monumento mucho más completo, que le rindiera tributo a la historia del Junior.

El primer preocupado con una estatua personal, al mejor estilo de los dignatarios romanos, fue el propio Comesaña, quien pugnó porque el homenaje fuese ampliado al equipo, como un reconocimiento que resaltara el aporte de un grupo de deportistas y dirigentes, entre los cuales estaba él.

Una estatua de Comesaña solo, colocada en cualquier lugar propicio, era una tentación demasiado poderosa para sus enemigos, esos fanáticos radicalizados que lo convirtieron, por la razón que sea, en el principal objeto de su odio, y que no le reconocen nada al colombo-uruguayo, ni siquiera que ha sido el técnico que más copas ha obtenido con el conjunto local.

Una estatua solitaria e indefensa del estratega que sembró su nombre para siempre en la institución, con lo bueno y con lo malo, podía ser vista por los botacandela que lo detestan como un papayazo para arrancarle la cabeza simbólicamente, a falta de que pudieran hacerlo con el entrenador de carne y hueso.

Comesaña, un buen conocedor de la idiosincrasia barranquillera, olió el tocino como había que olerlo, y por eso insistió, hasta el último momento, en la idea de que, en vez de premiarlo a él con un busto íngrimo, de estilo grecolatino, se resaltara mejor el trabajo del equipo, de la institución, de la gesta deportiva que configura la historia futbolística de un grupo, y que contiene el esfuerzo individual de muchas otras personas destacadas.

Este fue el sentido que adquirió el monumento desde la apertura de un concurso público para escoger el mejor diseño. La selección de ese diseño contó con la asesoría de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, y fue reforzada con la participación digital abierta del público, para definir la propuesta que serviría de base a la construcción de la obra.

La propuesta ganadora fue la de los arquitectos Miguel Ángel Cure y Pablo Castellanos. La Aleta del Tiburón sería el eje del importante monumento que exhibiría la historia del Junior, una historia colectiva donde resalta el trabajo de Comesaña y de otros integrantes de la institución.

Muchos componentes de la obra son amigables con el medio ambiente. El césped es sintético, para suprimir el consumo de agua, y varias de sus partes se construyeron con material reciclado de la ciudad, incluido el relleno de la rotonda. Se destaca el uso del vidrio de alta calidad, que domina la construcción y que embellece el conjunto.

El monumento-homenaje fue diseñado para soportar vientos superiores a los 160 km/h. La rotonda tiene 70 metros de diámetro. La altura de la aleta es de 33 metros, con un largo de 25.2 metros. En la noche puede ser iluminada por 87.480 luces LED computarizadas, que articulan diversos motivos y colores.

La rotonda del Junior está ubicada en un sitio estratégico de la renovación urbana reciente de la ciudad. Se erigió al lado del nuevo puente levadizo que une al Gran Malecón con la isla La Loma, de próximo desarrollo urbanístico.

Lo notable es que, a pesar de ser un sitio todavía aislado, la gente está llegando a colonizarlo como un nuevo lugar de recreación y de memoria. Esto augura un éxito indiscutible en el futuro, una vez todo lo que se tiene proyectado para desarrollar la isla se concrete.

El monumento-homenaje al equipo Junior es, desde ya, un testimonio voluntario de los habitantes del ahora abonado a la posteridad. Recoge y sintetiza parte de los logros del equipo costeño, haciéndole un reconocimiento a los jugadores, a los técnicos y a los directivos que han determinado parte de su camino.

Para algunos de ellos, como es el caso de Comesaña y de ciertos deportistas, es un homenaje en vida, que es la mejor forma de reconocerle los méritos a alguien. En este sentido, el monumento se integra a la historia viva, presente, del equipo currambero.

La Aleta del Tiburón hace parte de los procesos de mejoramiento y renovación urbana que le están cambiando la cara a la ciudad. El principal de ellos es, indudablemente, el Gran Malecón del río, obra que ha influido decisivamente sobre la recreación y la vida de los barranquilleros.

La Aleta no es solo un reconocimiento al trabajo de nuestro equipo de fútbol, sino también una obra que se inserta en los procesos de cambio que necesita la ciudad para modernizarse y para mejorar la calidad de vida de la gente.

Al lado de la salud, la educación, los empleos y las vías adecuadas, las obras públicas de beneficio común también contribuyen a elevar la sensación de bienestar de nuestra gente. Todas estas son facetas complementarias de un esfuerzo que tiene como norte mejorar el entorno para las mayorías.

La Aleta del Tiburón, el monumento histórico del Junior, entra en ese proceso gracias a la iniciativa privada y a la coordinación con las autoridades del momento. Su importancia, como testimonio voluntario de las generaciones del presente, será más reconocida por las generaciones del futuro. Indudablemente.