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Guerra perdida de una niña embera

No recuerdo muy bien cómo pasó. No sé bien qué sucedió. Sólo recuerdo hombres grandes y fuertes, con armas y pistolas, riéndose, gozándose conmigo. No logro comprender por qué me volteaban, qué hacían en mi tambo, qué hacían en mi casa, no puedo gritar, sólo puedo llorar. No sé por qué me pasa esto a mí, ni sé qué me está pasando, por qué a mí.

Cada día cuando me veía al espejo veía mi cuerpo, era una niña linda, mi cabello liso, mis ojos negros del color profundo del universo. Mi madre me ha enseñado con el cultivo del maíz, que el sol lúcido y radiante, la madre tierra, negra y fértil y el agua libre y espontánea, permiten que la monía de máiz quede deliciosa. Las labores de mi mamá a diario, más el cuidado de nuestra huerta casera y nuestros animalitos son el sustento de nuestra familia.

Quiénes son estos que vienen, que me hablan, que me dicen cosas, que me obligaron. ¿De qué hablan? Me preguntan por el suceso aquél que ha llenado de veneno mi alma virgen. ¿De qué hablan? Que si acceso carnal violento o acceso carnal abusivo, que si lo disfruté, que si di mi consentimiento, ¿Qué es consentimiento mamá? que si yo los tenté, que si fue tal vez por desnudarme, que si no quería por qué no lo evité, que por mirarlos a los ojos puse mi cuerpo a su disposición. No sé de qué hablan, sólo sé que en mi pecho siento un vacío eterno que no se espanta al dormir ni muere al amanecer desde que aquéllos 7 monstruos me visitaron para su placer. ¿Qué me han hecho? ¿De qué fui objeto?

Se supone que esos que llaman militares venían a protegernos de los malos, de los que siembran las minas que destruyen piernas y cercenan sonrisas. Se supone que iban a protegernos de aquéllos que quieran sembrar en la madre tierra sus productos que sirven para dañar vidas. ¿Por qué me hicieron eso? ¿Por qué me usaron como objeto? ¿Por qué si se supone eran los buenos? ¿No era San Mateo, el nombre de su Batallón, un discípulo de Jesús? No entiendo nada, por qué me hicieron eso.

Siento mi cuerpo adolorido, mi sexo arder y sangrar. Me siento sin espíritu, como si ningún dios quisiera verme, amarme y cuidarme. Mis amigas me miran extraño, todos me miran con pesar. Me siento triste. Han salido todos los de mi tribu, a pesar del virus, a protestar por lo que me hicieron aquéllos que debían protegerme, aquel día lo quiero olvidar. No quiero hablar. No quiero vivir en un mundo donde los que se dicen buenos son peores que los malos. No quiero. Que si los someten a cadena perpetua, que si le dan prisión de 30 años, y en cuánto tiempo yo superaré este daño. ¿En cuánto?

Sólo espero que alguien me devuelva mi felicidad. Sólo quiero que nada de esto hubiera pasado jamás. Esta guerra la perdí, ahora soy un titular, “La guerra perdida de una niña embera” y dejé de ser una niña más.   

Con este diálogo intento expresar mediocremente lo indigno que ha sido para este país la noticia de los militares que violaron a una niña embera menor de 14 años. Ella tiene su propia voz y atrevidamente he intentado cubrirla en este espacio. Desafortunadamente es imposible, en letras, tratar de expresar la frustración que me genera, la impotencia que me subsume y la ira que hierve en mi sangre. Qué miedo me da saber que, siete locos desalmados disfrazados de militares pueden destruir a toda una institución y dañar la confianza que tanto ha costado construir. Qué miedo me da que hace una semana escribí una columna en este mismo diario sobre igualdad de género y que ésta sea la siguiente.

Qué miedo me da, que esta noticia tapó otra de acoso sexual en el sector de entretenimiento y que esa misma noticia tapó miles de actos de violencia intrafamiliar. Qué miedo me da que olvidemos este suceso, como el de Yuliana Samboní, Rosa Cely y miles más. Qué miedo me da no tener palabras para poder expresar lo que una niña pudo sufrir al ver estos hombres violar su inocencia, su alma y su dignidad. Qué miedo me da que nadie se ha preguntado ¿Y la niña qué? Qué miedo me das a veces Colombia.