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El marxismo ya no es una teoría revolucionaria

Josep Fontana, el historiador español fallecido hace un tiempo, sostuvo en su libro Historia: análisis del pasado y proyecto social que para utilizar el bagaje teórico de Marx era imprescindible emplear todo su sistema, es decir, el mundo de modelos creados para interpretar la sociedad y su teoría del cambio social.

En otras palabras, que para apoyarse en el cuerpo teórico de Karl Marx había que profesar, también, la teoría de la revolución elaborada por él, construida alrededor de la violencia revolucionaria, el partido único y el control excesivo de la burocracia o del Estado sobre todas las actividades sociales.

Esa visión de Fontana ha sido desmontada por el desarrollo de dos procesos no coincidentes: en primer lugar, el uso que hicieron los historiadores europeos no marxistas de los modelos de Marx para construir historia. Los casos más destacados en teoría de la historia son los de Fernand Braudel (La historia y las ciencias sociales) y Georges Duby (Diálogo sobre la historia).

Es un hecho que a lo ancho y largo de todo el planeta han existido historiadores que han empleado muchos de los aportes teóricos de Marx sin asumir su teoría del cambio social, o sea, la visión basada en la violencia, la dictadura del partido único y el estatismo a ultranza para transformar la sociedad.

Lo cual sirve para demostrar que Fontana estaba equivocado, que sí se puede utilizar mucho de lo de Marx para hacer análisis histórico (o social) sin asumir su concepción revolucionaria. Como expresó Duby en el libro mencionado arriba, haciendo una metáfora muy ilustradora: no se puede botar al niño junto con el agua sucia de la bañera.

El niño es la parte sólida de las teorías de Marx, que sigue siendo útil para el análisis social, y el agua sucia es su teoría del cambio revolucionario, la cual ha traído resultados desastrosos en todos los lugares en que se ha aplicado y que hoy está en una profunda crisis, como consecuencia de su ineficacia política y económica.

El otro proceso que va en contra de la concepción de Fontana (hay que asumir la totalidad del proyecto marxista, incluida la necesidad de la revolución, para utilizar las teorías de Marx) es el fracaso práctico de la revolución socialista promovida por Marx y los marxistas.

Esa teoría revolucionaria estuvo en la mente de los líderes rusos en la Revolución de octubre de 1917, en la de los chinos en 1949 y en la de los cubanos en 1959, aparte de servir de utillaje fundamental en las luchas anticoloniales y revolucionarias triunfantes en Asia, África y otros lugares.

Recuérdese lo ocurrido con la Unión Soviética: se derrumbó estruendosamente a comienzos de los años 90 del siglo XX como consecuencia de sus propias contradicciones internas, de la ausencia de eficacia para elevar el nivel y la calidad de vida de la mayoría de su población y por su incapacidad para superar un régimen policial, antidemocrático hasta la médula, que se parecía más a las dictaduras clericales del medioevo que a las sociedades modernas.

El malestar con el socialismo de Marx también se presentó por motivos parecidos (fastidio con la dictadura policial y con la escasez y el estancamiento económico crónico) en los otros países dominados por la Unión Soviética en el centro y el oriente de Europa.

Ese derrumbe fue tan definitivo y oneroso para el proyecto revolucionario de Marx y Fontana que los pobladores de esos países le tienen pavor a regresar a su pasado socialista, especialmente a las secuelas estalinistas de ese pasado. ¿Por qué?

¿Porque la revolución de Marx trajo consigo la libertad y el humanismo que pregonó el pionero? ¿Porque los países bajo el dominio socialista se convirtieron en ejemplos de riqueza y bienestar social? ¿O porque tales sistemas fueron un ejemplo más de opresión, de falta de libertad y del predominio de núcleos cínicos y clientelistas que sembraron nuevas injusticias y discriminaciones en un mar de escasez programada?

El fracaso del modelo económico de Marx (control estatal de la producción y la distribución) está más claro en lo ocurrido con China y Vietnam. Los chinos se dieron cuenta de que, con el esquema estatista ineficiente de Marx, jamás superarían los terribles problemas sociales de más de mil millones de personas.

Por esa razón, a finales de los años 70 del siglo XX, propiciaron una serie de reformas, dirigidas por el propio Partido Comunista Chino al mando de Deng Xiaoping, mediante las cuales reimplantaron la economía de mercado y las empresas privadas. Esta misma ruta la siguió Vietnam.

¿Por qué hicieron esto los chinos y los vietnamitas con su economía? ¿Porque el estatismo económico era el paraíso prometido por Marx? ¿Porque las mayorías nadaban en ríos de leche y miel, como se derivaba de las teorías del cambio social pregonadas por el maestro? ¿O porque el modelo estatista controlador de todo no provocaba sino escasez y necesidad?

Los chinos y los vietnamitas cambiaron el modelo económico socialista porque resultó inútil para enfrentar los graves problemas sociales que padecían sus países. Se dieron cuenta de que, con ese estatismo a ultranza generador de escasez y estancamiento crónico, no llegarían a ningún lado, y quizás pensaron que su destino final sería el derrumbe completo del sistema, como ocurrió después en la Unión Soviética.

Los logros de China en el plano interno y externo no se deben al obsoleto modelo económico socialista de Marx, sino a la reimplantación de un capitalismo muy regulado y al renacimiento de los mercados como medios para dinamizar la economía, diversificando las ofertas y las demandas.

O sea, China y Vietnam son dos ejemplos históricos, prácticos, de la crisis de los modelos del cambio social de Marx, los cuales resultaron ser un completo fracaso para enfrentar los aspectos económicos en dos naciones socialistas. En la Unión Soviética y su esfera de influencia el derrumbe fue más completo y, tal vez, mucho más irreversible.

¿Por qué Fontana pregona en su libro que hay que seguir defendiendo una revolución fracasada para poder utilizar el resto de los aportes teóricos de Marx? En su posición sobre este tópico influyó mucho el hecho de que su libro fuera escrito y publicado poco antes de la debacle final de la Unión Soviética.

Josep Fontana no es un caso aislado en el universo de las personas que aún defienden (o defendían) la teoría del cambio social de Marx, a pesar de la crisis muy visible que sufre esa teoría a nivel mundial. A partir de aquí arriesgaré unas hipótesis tendientes a explicar ese comportamiento.

Muchos de los marxistas contemporáneos creen que, si se critica a Marx, es porque se está a favor del capitalismo salvaje o de cualquier otra opción más terrorífica, como la de los anarcocapitalistas. Esa dicotomía defensiva (o Marx o el infierno) y encubridora de su debilidad conceptual es completamente falsa.

La prueba de que no es cierta está en aquellos países que desarrollan una economía de mercado con la participación activa del gobierno para construir un sólido Estado de Bienestar que ha mejorado la calidad de vida de las mayorías sin necesidad de matar la libertad y el humanismo, como sucede en el norte de Europa.

En cierto modo, este es también el caso de los chinos y de los vietnamitas que han logrado sacar de la miseria y la pobreza a muchos millones de personas, regulando los procesos económicos mediante el Estado, pero, así mismo, otorgando libertad económica suficiente para que los agentes privados operen los procesos de producción y distribución.

Los marxistas dogmáticos que aún quedan en los partidos y en los gobiernos parecen no ver estas realidades nuevas del contexto mundial. Se siguen aferrando a la teoría del cambio social de Marx como si esta no hubiera fracasado rotundamente en el siglo XX.

La experiencia histórica enseña que un modelo que estrangule la economía y que cercene el pluralismo, la libertad y el humanismo (como lo ha hecho el de Marx en todos los sitios donde se ha aplicado) no puede ser una estrategia correcta para cambiar la vida.

Pero los marxistas dogmáticos no se han dado cuenta de este hecho indiscutible y siguen pregonando la violencia, la dictadura y el estatismo a ultranza como si estos no hubieran provocado el desastre que produjeron a lo largo del siglo XX en todos los lugares en que la concepción de Marx se volvió gobierno.

La razón principal por la cual los marxistas dogmáticos se comportan de esta manera, tan cerrada ante las señales de la realidad, consiste en que ellos abandonaron la senda de la ciencia y se acomodaron en el sillón muñido de la ausencia de crítica ante el fracaso de la teoría del cambio social de Marx.

En este asunto, su comportamiento es muy similar al de las personas que se mueven dentro de un culto religioso, que repiten los dogmas de su doctrina sin poner mucha atención a lo que ocurre fuera de ellas. En eso se han convertido los postulados de Marx para ciertos de sus seguidores: en una especie de dogmática cerrada que nunca se enriquece en contacto con la realidad externa.

Por tal razón, mantienen fija su perspectiva, saturada de dogmas inamovibles que nunca se enriquecen con los procesos reales. Si actuaran como científicos y no como integrantes de una secta cuasi religiosa es muy seguro que habrían comprendido que la doctrina revolucionaria de Marx ya ha perdido esa condición de revolucionaria y ha devenido, en sus manos, en un proyecto conservador y hasta reaccionario.

Ya la concepción del cambio social de Marx no puede ser una teoría revolucionaria. Sus fracasos y desastres en el siglo XX sirven para probar que es inútil para mejorar la calidad de vida de las mayorías, porque destroza la economía sin ofrecer nada viable a cambio y porque elimina la libertad, el humanismo, la democracia y el pluralismo, ofreciendo solo represión.

Por los golpes de la realidad, la teoría del cambio social de Marx, en manos de sus epígonos dogmáticos, ha devenido hoy en una propuesta conservadora, en una teoría fracasada incapaz de ofrecer nada que valga la pena en los campos de lo político y lo económico.

No es cierto lo que anotaba Josep Fontana al comienzo de esta columna: que, para usar los modelos de Marx, había que estar de acuerdo con su proyecto revolucionario. Se puede estar en desacuerdo con la teoría del cambio social del pionero y utilizar sus modelos para interpretar los sucesos históricos, incluido el fracaso de su proyecto utópico.

La revolución propuesta por Marx trajo consigo escasez, estancamiento crónico, destrozo del pluralismo, la libertad y la democracia y un aumento excesivo de la represión, la cual lesionó gravemente al humanismo. Una sociedad así nunca tendrá un buen rostro y siempre será inviable, como lo fueron las sociedades represivas clericales del medioevo y como lo son las sociedades dictatoriales clericales o no de hoy, guardadas las diferencias.

El marxismo dejó de ser una teoría revolucionaria, pero los marxistas dogmáticos no se han dado cuenta de eso, porque aún viven rumiando dogmas, como los curas medievales, sin observar con atención y capacidad crítica (como lo enseñó Marx) la realidad externa.

Con las propias herramientas teóricas elaboradas por el maestro se puede demostrar la crisis de la teoría revolucionaria de Marx, pero sabiendo beber de la experiencia histórica del siglo XX sin ninguna clase de atadura dogmática.

Es claro que hoy no conviene hacer grandes cambios sin respetar la dignidad de la gente, expresada en su libertad de pensamiento y de acción. Tampoco sembrando la escasez y la necesidad a nombre de una utopía irrealizable y, a la final, perversa, pues nunca estará en capacidad de soltar las fuerzas productivas para modernizar la sociedad y mejorar, sustancialmente, la calidad de vida de las mayorías.

Sin pluralismo, libertad, democracia, humanismo y una economía solvente jamás se podrá salir del atolladero histórico en que mantiene a la humanidad el capitalismo salvaje. Por este motivo, la revolución marxista dejó de ser revolucionaria.

Implantarla de nuevo en cualquier país no pasa de ser una simple regresión histórica inadecuada. Una regresión histórica conservadora y reaccionaria, ni más ni menos.

Josep Fontana

Josep Fontana
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