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El lumpen y la violencia en la Universidad del Atlántico

Marx utilizó, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte (y en otras obras), el concepto lumpemproletariado. Allí incluyó al núcleo más descompuesto de la clase obrera, el cual era proclive, debido a su estado de indefensión y a su escaso nivel moral, a los peores crímenes y a los comportamientos más despreciables.

En Europa y América Latina se ha venido utilizando el concepto lumpemburguesía para hacer alusión al sector más entreguista y desarreglado de la clase burguesa, el cual no solo carece de proyecto de nación, sino que se regala a los intereses foráneos, dada su poca autonomía y su bajísima estatura ideológico-política y ética.

Las carencias de esa burguesía se han expresado a través de los métodos que utiliza para enriquecerse (incluidos los más corruptos), y por haber sido incapaz de modelar procesos de desarrollo integral independientes para sus países, como lo hace notar André Gunder Frank en su libro Lumpen-burguesía: Lumpen-desarrollo.

El concepto lumpen hoy no solo se emplea para hacer alusión al sector más degradado de la burguesía y del proletariado, sino a todos los sectores sociales deficientes en cultura, formación ideológica, política, o carentes de ética, los cuales se mueven en el bajo mundo del narcotráfico o en otras actividades.

Retomando la experiencia histórica relacionada con el concepto lumpen (y su uso amplio más reciente), se podría decir que en la Universidad del Atlántico hace presencia un grupo lumpenizado minoritario entre los estudiantes y los profesores.

Es pertinente aclarar que la gran mayoría de los alumnos y profesores no cae en la categoría de lumpenestudiante, pues va a la universidad a estudiar cómo debe ser, ni en el concepto de lumpemprofesor, ya que el grueso de los docentes es gente seria y respetuosa.

El lumpen universitario es una minoría notoria y decisiva porque es el principal agente de la violencia simbólica y física que hace cuerpo en la subcultura violenta que, desde hace décadas, daña el ambiente universitario. El lumpenestudiante y el lumpemprofesor están siempre detrás de los actos violentos que sacuden periódicamente a la institución, como actores o manipuladores de estos.

Detrás del chisme, la injuria, el pasquín, el meme descalificador, la difamación y el matoneo (los cuales constituyen el componente esencial de la violencia simbólica), está la figura del lumpen, siempre dispuesto a someter a todo aquel a quien construyen como su enemigo y a quien, tarde o temprano, destrozan como su víctima.

Ese lumpen también es el principal agente de la violencia física (como actor o instigador), o sea, de la pateada de puertas, de la intimidación a los opositores, de la papa, de la capucha que aterroriza, del enfrentamiento físico entre personas, del tropel, y de todos los actos violentos que implican destrucción de los bienes universitarios.

Es importante analizar, sociológicamente, al estudiante lumpen, para entender el porqué de su comportamiento. En ese núcleo descompuesto hay algunos con problemas de drogadicción y alcoholismo, a los cuales hay que darles tratamiento de pacientes, aunque asumen actitudes de delincuentes comunes.

Quizás la variable más fuerte que cruza a todos los lumpen, independientemente de la carrera que cursen, es la de su bajísimo nivel cultural. Por lo que se ve en las redes sociales, parece que leen muy poco, y la gran mayoría ni siquiera sabe escribir, a pesar de que pertenecen a una universidad.

Pero la mayor falencia de los núcleos lumpenizados tiene que ver con su comportamiento. Ellos no tienen contención, cuando irrespetan a quien sea, porque carecen de los valores y principios que los impulsen a considerar la dignidad y la honra de aquellos a quienes convierten en sus víctimas.

Su extrema inmoralidad (en el peor de los sentidos), los asemeja a aquellos lumpemproletarios mencionados por Marx, que fueron capaces de las peores atrocidades, y cuyo proceder no parecía ser el de seres humanos normales, sino el de fieras irrefrenables, capaces de ponerse al servicio de los más bajos instintos, de los intereses más deleznables, y de cometer los peores delitos.

El lumpen universitario carece, además, de un proyecto de universidad. Y da la impresión de que ingresara a la institución no a estudiar, sino a hacer otra cosa, a “hacer política”, a “hacer negocios”, o a conseguir prebendas fáciles.

Según denuncias recientes, hay estudiantes eternos (no terminan nunca una carrera) que tienen todas las trazas de ser, también, estudiantes lumpen, teniendo en cuenta su comportamiento en las redes sociales, y la fama de pasquineros y violentos que ellos mismos se han construido.

Da la impresión de que los lumpen no tienen un proyecto de universidad, pues, si lo tuvieran, se habrían dado cuenta, desde hace rato, que la subcultura violenta que ellos crean destruye el tejido institucional, destroza la academia y genera un ambiente tóxico y hostil (saturado de chismes, difamación y terror) que conspira contra la vida universitaria.

Uno va a la universidad a estudiar, a hacer docencia, investigación, cultura, arte, a producir conocimiento y a desarrollar una labor humanista por el mejoramiento de las condiciones cualitativas y físicas de la institución. El proyecto de universidad (individual y de grupo) debe estar en función de elevar esas condiciones, para servir mejor a los hijos del pueblo que son quienes ingresan a la Universidad Pública.

Es decir, el proyecto de universidad de todos los universitarios auténticos debe girar alrededor de la academia, de crear condiciones económicas (y de todo tipo) para que esta marche del mejor modo posible, pensando siempre que la Universidad Pública le sirve a las mayorías, y que debería ser excelente para cumplir ese papel de la manera más idónea posible.

¿En qué contribuyen la papa, el tropel, la capucha, el pasquín, el meme ofensivo, la pateada de puertas y la agresión física al mejoramiento de la calidad académica de la institución? ¿Tales métodos son los propios un profesor, o un estudiante, comprometidos seriamente con la educación popular?

¿O la violencia simbólica y física está más acorde con el comportamiento típico de las peores barras bravas del fútbol, de esas tribus descompuestas y agresivas que solo piensan en destruir? ¿No son los pandilleros de barrio los que prefieren los métodos violentos para someter al otro, a sangre y fuego?

Quien no tiene proyecto de universidad, quien entra a la institución solo a “hacer política” o a “hacer negocios”, a prebendear, a luchar por plata, cargos y contratos, desde luego que no puede defender bien la academia y la institucionalidad. A ese lumpen no le interesa el bien común, solo su estómago o sus creencias dogmáticas.

Y hace lo que sea con tal de obtener lo que él cree que es lo justo. Si tiene que enmascararse, se enmascara. Si debe posar de revolucionario, posa de revolucionario. Si necesita crear perfiles falsos en las redes para matonear a sus anchas, crea cuantos le parezcan útiles. Si el pasquín injurioso sirve a sus fines egoístas y protervos, echa todos los pasquines del mundo para destruir al enemigo.

Aparte de su similitud con las barras bravas y con los pandilleros de barrio, ¿se han preguntado alguna vez los lumpenestudiantes y los lumpemprofesores a quién más se parecen a lo largo de la historia humana? ¿Acaso representan los mejores valores y principios que ha producido la especie para mejorar la calidad de la convivencia?

Destrozar enemigos o adversarios (acudiendo a la mentira, a la calumnia, a la injuria, a la desinformación y a la violencia física) ha sido lo común de las peores experiencias históricas que hemos padecido como humanidad. Esas “formas de lucha” le han servido a todos los fanáticos en el poder para demoler la dignidad y la honra de quienes se les enfrentan, y para quitarles la vida, si esto es necesario.

Así actuaron los curas medievales que perseguían a quienes no pensaban como ellos, y que se especializaron en crear infundios contra los que no les caminaban, antes de quemarlos en la hoguera. Así procedieron también los estalinistas y los nazis.

Los estalinistas construían meticulosamente a su enemigo, organizándole una perfecta campaña de difamación, saturada de mentiras, chismes y calumnias. Después de eso seguía la cárcel, o la muerte más indigna, transformado en enemigo del pueblo, o en aliado del imperialismo (sin serlo), sin que existiera ninguna prueba de que eso fuera así.

¿Cuánta gente inocente y honesta llevaron a la tumba los curas fanáticos medievales y los fanáticos estalinistas por defender su poder al precio que fuera, con su todo vale?

Desde luego que lo primero que sucumbió ante la fuerza destructiva de las hordas inquisidoras y estalinistas fueron los valores más elevados que ha construido la humanidad, como el sentido de la verdad, la honradez, la bondad y, en general, el humanismo apoyado en el respeto al otro.

La tapa de la degradación moral en el empleo de la violencia simbólica y física la entregaron los nazis de Adolfo Hitler. Estos fueron los campeones mundiales en construir y destrozar enemigos acudiendo a las mentiras, calumnias, injurias, y a la difamación sistemática. Esos monstruos habían aprendido muy bien la lección de los inquisidores y de los estalinistas, hasta superarlos.

Göbbels, el jefe de propaganda del Partido Nazi y del Tercer Reich, elaboró planes sistemáticos para incidir en la mentalidad de las mayorías, instituyendo la mentira y la difamación como principales “formas de lucha” para construir y asesinar enemigos. A este oscuro personaje de la historia se le atribuye la famosa frase de que “…una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”.

Los “formas de lucha” de los miembros de la subcultura violenta de la universidad (del lumpen) son bastante parecidas a los métodos de los nazis. Ellos construyen sistemáticamente a sus enemigos con injurias, calumnias y mentiras, para después sacrificarlos en su hoguera simbólica sin ninguna clase de escrúpulos.

Como los nazis, los estalinistas y los inquisidores medievales, el lumpen universitario mata a nombre de lo que cree es su verdad, y para imponer sus designios. ¿Si tiene conciencia el lumpenestudiante y el lumpemprofesor que sus “formas de lucha” hacen parte de lo peor de la experiencia histórica de la humanidad?

¿Alguna vez ellos han pensado en que son iguales a los nazis, los estalinistas y los inquisidores medievales, al producir sus pasquines, al matonear en las redes o al aterrorizar a las mayorías universitarias con sus capuchas, sus papas y sus tropeles?

¿Se ha preguntado el lumpen universitario por la carga de degradación moral que está detrás de sus pasquines, de su matoneo, o del terror que provoca en la institución? ¿Es correcto faltar a la verdad, a la honradez y a la decencia para atemorizar y someter al adversario?

¿No se ha dado cuenta ese lumpen descompuesto y agresivo que con sus formas violentas de lucha no solo se parece a los nazis, sino a las peores barras bravas de los estadios de fútbol, y a los sanguinarios pandilleros de los barrios más inaccesibles?

¿Entiende el lumpen violento que carece de un proyecto auténtico de universidad, y que solo entra a esta a destruirla y a no dejar hacer las cosas bien, para beneficio del pueblo? ¿Sí entenderá, con su bajo nivel cultural y su comportamiento inmoral, que sus actitudes violentas no sirven para defender la Universidad Pública sino para acabarla?

¿Se han dado cuenta los principales miembros de esa subcultura violenta (es decir, los lumpenestudiantes y los lumpemprofesores), que su modo de ser destructivo y violento se deriva de su degradación moral y de su falta de comprensión de la realidad universitaria?

Es imposible construir tejido institucional y desarrollar la academia a punta de papas, capuchas, pasquines, matoneo y memes injuriosos. Tales “formas de lucha” no traen consigo un clima propicio para hacer florecer a la universidad, sino todo lo contrario: contribuyen a destruirla, pues no dejan avanzar la academia y crean un clima tóxico, basado en la mentira y la difamación.

Este es el ambiente que favorece los intereses del lumpen, que no entra a la institución a hacer y a dejar hacer academia, sino a “hacer política”, a hacer negocios, o a conseguir puestos, contratos y cheques.

Ese escenario de desorden e irrespeto generalizado es el más conveniente para los clientelistas y politiqueros (a quienes no les preocupa la academia), que solo andan detrás del poder y de las prebendas, y que ven a la universidad como un simple instrumento para favorecer sus intereses económicos, ideológicos y políticos. 

Las organizaciones políticas y gremiales de la institución deberían desarrollar una tolerancia cero con el lumpen. Porque este desprestigia, desacredita y hasta deslegitima la lucha necesaria de las mayorías estudiantiles, profesorales y de trabajadores por una mejor universidad, y por pulir las condiciones para hacer academia y para trabajar en la institución.

¿Quién ha dicho que para defender bien a la Uniatlántico sea necesario mentir, injuriar, desinformar o calumniar? ¿En qué manual está escrito que la correcta defensa de la academia y del delicado tejido interno pasa por el uso de la trompada, la patada, la capucha, la papa o el tropel?

Los militantes lumpen de las organizaciones políticas y gremiales también le hacen mucho daño a sus propias instituciones especiales. ¿Cómo es posible construir una nueva sociedad y una nueva cultura con gente degradada que se parece a los nazis?

¿En qué cabeza cabe que una sociedad más incluyente, pluralista y democrática se puede procesar con vulgares pasquineros y matoneadores que no respetan la dignidad y la honra de nadie, y que acuden a la mentira, a la calumnia y a la difamación sin ninguna clase de escrúpulo moral?

El lumpen universitario representa lo peor de la sociedad humana. Ese lumpen es el principal motor de la subcultura violenta que tanta zozobra provoca, porque es sinónimo de incultura, de inmoralidad y de falsedad.

Si queremos construir otra universidad, debemos dejar a un lado las “formas de lucha” del lumpen universitario. Otra universidad y otra cultura universitaria son posibles si defendemos sinceramente la academia, y si abandonamos el terreno de la violencia y la mentira, para asumir el de los métodos pacíficos de lucha, y el de la verdad, la honradez y la decencia.

Otra universidad es posible si aprendemos a ver, sin engaño ni distorsión, qué clase de institución tenemos. Y si la idea es desarrollar una nueva universidad, hay que romper cobijas con el lumpen universitario, y con la subcultura violenta que lo nutre y que él defiende.

Esto debe ser así porque la razón de ser primordial de la Universidad del Atlántico es la academia y creación de condiciones pacíficas y democráticas para hacer florecer esa academia.

La razón de ser de la institución no es el pasquín, el matoneo, la mentira, la calumnia, la desinformación o la violencia de la papa, la capucha y el tropel. ¿O sí?