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El Día de los Inocentes como tradición

El 28 de diciembre se celebra en España e Hispanoamérica el llamado Día de los Inocentes (o de los Santos Inocentes). Este es un evento de origen trágico que derivó hacia una condición cómica, como a menudo ocurre, debido a las libertades de que gozan los procesos culturales.

La causa más reconocida de ese festejo dentro de las tradiciones cristianas se relaciona con el acto sanguinario de Herodes, quien, temiendo perder el poder a manos de un niño definido por los Reyes Magos como el Mesías, ordenó asesinar a todas las criaturas menores de dos años que existieran en su reino.

Como consecuencia de la acción demencial y temerosa de Herodes, murieron muchos niños inocentes, de donde parece provenir la denominación de la fecha, para el caso de los países con tradición hispánica.

Una explicación del evento actual divertido tal vez tenga también que ver con la tendencia de la humanidad a burlarse de todo, a convertir lo sagrado en mundano, a transformar en objeto de broma aquello que le disgusta o angustia, o con lo cual no está de acuerdo, o que, simplemente, quiere subvertir, aunque sea por un momento, por unas horas o días.

Si se piensa bien el asunto, se notará que la tendencia a mamar gallo con lo que molesta, con lo que no se acepta pero no se puede cambiar, o con lo que, desde otro ángulo, es trágico y doloroso, pero se puede convertir en cómico, está presente en muchas acciones de la vida, especialmente en el carnaval.

El carnaval, en cierto modo, es una forma de trastocar simbólicamente el orden establecido, o una forma de mofarse de todo lo que no se puede tocar en condiciones normales. El espíritu del carnaval no es solo el de la fiesta, sino el del engaño, el de la burla permitida, contra todo y contra todos.

El día trágico del asesinato masivo de los niños inocentes (28 de diciembre, en la tradición cristiana), se convirtió en lo que no es como consecuencia de ese deseo espontáneo, de esa tendencia muy humana de transformar lo desagradable en objeto de chiste, como una manera, quizás inconsciente, de liberar una carga dolorosa, convirtiéndola en algo agradable o divertido.

Por este motivo, el 28 de diciembre en Colombia se convirtió en una tradición del chiste, de la broma y del engaño, sobre todo hacia aquellas personas que olvidan el sentido de la fecha, por lo cual quedan convertidas, automáticamente, en inocentes víctimas de los vivos que las enganchan en sus redes.

El truco de los nuevos Herodes consiste en presentar lo falso como si fuera cierto, utilizando todas las artimañas posibles para engañar a los nuevos santos inocentes. Tanto los Herodes como los inocentes contemporáneos se han incrementado por el efecto de las redes sociales.

Tácitamente se ha presentado una especie de concurso en esas redes entre quienes utilizan el día del engaño y de la broma para pescar la mayor cantidad posible de niños inocentes, aprovechando que esos seres indefensos, por cualquier razón, olvidaron el reciente sentido cómico de aquella lejana fecha trágica.

Debo reconocer, en honor a la verdad, que yo mismo hice las veces de Herodes, aprovechando el día de las bromas y de escribir mentiras como si fueran verdades. Pido disculpas por el engaño premeditado a los amigos que logré engañar, con absoluta premeditación y alevosía, y en uso pleno de mi libertad individual.

Nunca pensé que al escribir la broma que escribí mis cercanos me creyeran, pero, casi fatalmente, me creyeron; por lo menos una gran mayoría me creyó, y por eso me felicitaron y se alegraron con el logro que yo, supuestamente, había alcanzado por el hecho de que una editorial ya desaparecida había publicado mis obras completas que, para más señas, no tienen nada de completas.

Lo más cómico del mundo fue que mis propios hijos se tragaron el cuento completico, escribiéndome frases como “te lo merecías”, “has trabajado fuerte”, y todas las demás cosas que se le dicen a una persona merecedora del premio que se ganó a base de sudor y lucha. Muy adentro de mí, y en el silencio más tenebroso e insoportable, empecé a sentir un lacerante remordimiento por el engaño generado.

Una amiga y colega que conozco hace décadas, no quedó contenta con las simples felicitaciones y el “te lo mereces”, y se atrevió a enviarme un hermoso y reluciente poema dedicado al esfuerzo, aparte de caritas felices y manos amarillas que aplaudían por mi trascendental logro. El dolor dentro de mí se hizo aún más profundo, coronado por una espantosa mala conciencia.

Ya habrán podido notar que no me siento feliz por haber engañado a mis amigos y a mí familia, porque todos los que, infaustamente, me creyeron, lo hicieron de buena fe, como creen los niños, con la inocencia más absoluta, casi como aquellos bebés de menos de dos años que mandó a matar el malvado Herodes, para quitarse de encima al Mesías.

Y tengo mala conciencia por haber usado una broma de mal gusto el Día de los Santos Inocentes porque todos los que se creyeron el engaño se alegraron sinceramente de mi supuesto triunfo, porque me estiman y porque saben que yo no escribo ni digo mentiras, a menos que se trate del Día de los Inocentes.

Prometo que el próximo año, aprovechando que muchas personas olvidan esta tradición trágica que se volvió cómica, no haré otra broma ni escribiré una mentira tan pantagruélica como la que usé este 28 de diciembre.

Y también prometo, muy solemnemente, que tampoco seré tan bobo de usar un cuento chino que me haga más daño a mí que a mis congéneres, sobre todo porque el Día de los Santos Inocentes, en su versión moderna, no se inventó para sufrir sino para gozar.

Mil disculpas por el abuso, por la mentira y el engaño, pero nunca olviden que el 28 de diciembre siempre será entre nosotros el Día de los Santos Inocentes, un día tan especial en el que abusar de la confianza y del cariño de los amigos no se considera pecado, sino una travesura especial.

Perdón, queridos amigos, por haberos engañado. No volverá a ocurrir, si ustedes no lo permiten. Recuerden siempre que el 28 de diciembre es el día de los Herodes que engañan con sus pilatunas a los creyentes inocentes. Nunca lo olviden.