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Desde Chile

No resulta muy fácil escribir estas palabras y tratar de mantener una cierta objetividad al respecto. Mi país, Chile está sumido en una profunda crisis social que se gatilló de manera tan imprevista como violenta. Todo el mundo se encuentra asustado, parece que el chileno, acostumbrado a “apretarse el cinturón” y enfrentar estoicamente el chaparrón, se aburrió, no está dispuesto a dejarse abusar como ha sucedido durante décadas y ha buscado las más variadas formas de manifestarse, desde la movilización pacífica hasta los actos de mayor brutalidad y violencia.

Parece que todos, desde las más variadas esferas han realizado un diagnóstico de consenso. Todos los actores, políticos y sociales, coinciden en que los abusos son inaceptables, que la responsabilidad de los políticos profesionales es transversal (nadie aceptará que algún sector o partido político quiera sacar provecho de estas circunstancias),  que el empresariado y los grandes grupos económicos, responsables directos de un modelo que ha perpetuado el abuso, hoy no dicen nada y presentan un silencio oportunista (a lo mejor tienen vergüenza de dar la cara); y, además, la complicidad de una institucionalidad que es inoperante para reprimir los abusos de los poderosos  y que genera, en la gente común y corriente, una sensación de injusticia ya que no existe proporcionalidad entre el delito y la pena, configuran una realidad que nadie puede defender.

Esto es lo que la gente percibe, pero ¿Qué es lo que se encuentra a la base? ¿Qué permite explicar un acto de reacción tan imprevisible como violento? ¿Dónde debemos enfocarnos para enfrentar una situación que todos veían venir (por las mismas declaraciones que se han hecho), pero que nadie ha tenido la valentía de enfrentar? Este país está lleno de estadistas, pero al estilo de los generales después de la guerra en que todos dicen lo que hoy la gente quiere escuchar, pero que nadie comprometió el menor esfuerzo para enfrentarlas en su momento y, lo peor, es que nadie ha hecho declaraciones de buenas intenciones que permitan poner fin a los abusos, las injusticias, regalías y prebendas.

No sé si solucionará el actual escenario pero nos haría muy bien, desde una perspectiva ética y moral, algunos anuncios  sinceros para este país: que el empresariado salga a decir públicamente que se comprometen a no abusar más, que nunca más habrá colusión, prácticas de corrupción con los políticos, a perpetuar el sueldo mínimo  y que estén dispuestos, como decía el Presidente Pedro Aguirre Cerda en 1938, a mejorar las condiciones de vida y los sueldos de los trabajadores a través de un sacrificio compartido (cuanto es lo aceptable ética y moralmente de ganar, cuanto más necesitan en función de una vida tranquila, ¿cuál es la “tranquilidad” que hoy ha traído la enorme concentración de la riqueza y el desprecio por los sectores populares?); las Administradoras de Fondos de Pensión (AFP) reconocerán que el sistema nunca ha estado pensado en la pensión de los jubilados sino en la necesaria concentración de capital en manos de unos pocos y con tremendas remesas para esos pocos y pensiones que no alcanzan a un tercio en la tasa de reemplazo salarial y que están dispuestos a cambiar el foco del modelo;  que el sistema privada de Salud, los dueños de las Isapres (que son los mismos de las AFP, los mismos que se coluden, los dueños de los bancos, ya que el 1% de esta país concentra un 33% de la riqueza)  anuncien que renunciarán a un 50% de las pingues utilidades que declaran (ya que el sistema les exige declarar las utilidades, pero que en casi 40 años ni siquiera les ha dado vergüenza de reconocer) e inyectarlas a un sistema público de salud que atiende al 80% de los chilenos con un presupuesto inferior al que cuentan las Isapres, un sistema de salud pública donde sólo en el primer semestre del 2017 reconoció que  6.320 personas murieron (son datos del Ministerio de Salud de Chile) esperando atención médica;  que los políticos profesionales, la mayoría de ellos profitando de la institucionalidad por más de 40 años, con sueldo que superan en 30 veces el sueldo básico, aceptan  la rebaja sustancial de la dieta, de la necesidad de  impedir la reelección de manera ininterrumpida, de que nunca más se aliaran con los grandes conglomerados económicos, sino que procurarán repensar la democracia en función de los desafíos políticos que no descuiden las precariedades sociales y económicas. Tres ejemplos para pensar o mejor dicho para soñar, ninguno de estos sectores han levantado la voz para ofrecer algo, todos desgarran vestiduras en diagnósticos descarnados pero ninguno, ni uno solo parece dispuesto a poner en peligro prebendas y privilegios.

Los conflictos sociales siempre, y ahora no es la excepción, tienen componentes racionales e irracionales, como todo en la vida de los seres humanos. Aquellos adalides del racionalismo descarnado y que niegan las pasiones y sentimientos, realizan muchas veces análisis desde una situación de comodidad que les impide ponerse a la altura de las circunstancias (el hombre es racionalidad, sentimiento y emoción, es truncar su análisis cuando queremos que reaccione como un robot, un autómata). Todos los diagnósticos realizados son muy racionales, nadie puede dudar de ello y se han impuesto como una verdad asumida por todos los sectores (perdón aún no escucho al empresariado) y tienden a minusvalorar que las consecuencias irracionales de esa racionalidad no enfrentada, genera situaciones incontrolables ( valga la redundancia,  e irracionales) de violencia que, sin duda son inaceptables y que todos piden reprimir (con racionalidad, pero también con pasión), pero  que no se expresó (con la misma racionalidad y pasión)  para reprimir las colusiones, el uso de información privilegiada, las quiebras fraudulentas que dejan a miles de personas sin ahorros ni trabajo, la falta de probidad en el Congreso, los negocios entre los grandes grupos económicos y la política (importantes líderes políticos que aparecen dando recetas son los mismos de leyes truchas sobre la pesca, la minería, el control del agua, las concesiones en las autopistas, en los servicios básicos, en los perdonazos tributarios a las grandes empresas, los que pagaron 320 millones de pesos porque usaron información privilegiada para sus negocios particulares, los que por más de 30 años no pagan contribuciones y no pierden sus bienes ni terminen en la cárcel, en fin condiciones que demuestran un interés que desprecia el verdadero sentido de la política y que debe poner el foco en los que necesitan, en los que son abusados (no es que se sientan abusados), en los que reciben recetas que rayan con el desprecio y la despreocupación de una clase dirigente (política y empresarial) de ninguna sensibilidad social y de tremenda ceguera política). En estos 4 días de movilizaciones pacíficas, de vandalismo y saqueos hay más de mil personas detenidas y vamos sobre diez personas muertas. La pregunta que resulta es muy básica: ¿Cuántos de los abusadores, coludidos, faltos de la probidad, los que no han pagado sus impuestos y contribuciones, los políticos y los empresarios que fueron actores, reconocidos e individualizados, en leyes que protegieron intereses mezquinos (todo realizado  desde hace casi cuatro décadas),  están procesados, detenidos o presos? Creo que menos de veinte procesados, pero ninguno con alguna posibilidad de responsabilidad penal, lo que es peor, algunos ocupan cargos de los más relevantes de nuestra institucionalidad.

En 1989, el capitalismo se empieza a imponer sin ninguna competencia, Francis Fukuyama llega a afirmar que “La economía ha resuelto el problema ideológico” y por ende la imposición de un modelo mercantilista, asocial, que renuncia a las utopías y metanarraciones. No hay más proyecto que el vientre y el bolsillo y es eso lo que se vende, es eso lo que vendió el gobierno de Piñera (“Tiempos Mejores”) y, en función de ello el fracaso es rotundo. Se le vendió a un sector relevante de este país las posibilidades de mejorar permanentemente sus condiciones económicas  y nada más, no hay un proyecto de país en donde se sientan parte, donde sean escuchados  y verdaderamente representados (una democracia puramente electoral y no participativa). Revisen la prensa de Chile y se darán cuenta de que el diagnóstico  tan compartido de este fenómeno social no aparece en ningún titular de diario, revista, canal de televisión de los últimos meses, por el contrario los temas de  debate se centran exclusivamente en si cumpliremos las tasas de crecimiento,  en la Tasa de Política Monetaria del Banco Central, en el impacto de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, en el valor internacional del precio del cobre, en el tipo de cambio, en fin, muchos de ellos con implicancias sobre el fenómeno que estamos viviendo, pero que sin duda son la forma (vestida de exitismo) que ha perpetuado la invisibilización y ocultamiento de un problema que hoy estalla y sin control. Entre todo ello, tratadas en su momento con mucha indiferencia, resuenan hoy con más fuerza que nunca las sabias palabras de Pepe Mujica de agosto pasado, “ … no queremos ser un país como Chile… Ojalá Chile pueda repartir un día como repartimos en Uruguay