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Derechos humanos emergentes y democracia

Nuestra América morena se ha visto sacudida por relevantes movimientos sociales que tiene muchos denominadores comunes, que nacen de estructuras socioeconómicas que generan desigualdad, exclusión, inequidad que compromete a grupos muy numerosos de nuestra sociedad. Las manifestaciones sociales, las quejas de la calle, las presiones sobre las instituciones (muy poco democráticas por lo demás) son testimonios más que convincentes de esta realidad. El diagnóstico nos lleva por caminos muy comunes.

La realidad descrita no resulta para nada novedoso, la definición de la problemática no es lo más complejo, es en (utilizando palabras de un querido profesor) la “solucionática” en donde nos perdemos en divagaciones y nos cuesta mucho establecer los acuerdos necesarios para atender a ese diagnóstico. Más allá de establecer recetas (que creo no tenerlas) me parece que la primera preocupación debería centrarse  por establecer el marco, el contexto en que caminaremos para enfrentar nuestra cruda realidad. Mi propuesta es que las soluciones debemos encontrarlas dentro de la democracia y el marco jurídico y ético que nos proporciona los fundamentos de los derechos humanos.

Es interesante evaluar como las propuestas en el desarrollo de la formación ciudadana incluyen a los Derechos Humanos y a la Democracia como los ejes fundamentales que ordenan y organizan el resto del currículum. A pesar de las diferencias metodológicas y didácticas que puedan presentarse, las realidades más diversas de nuestro continente y también en el caso europeo parte de dichos elementos como ejes ordenadores. Si relevantes intelectuales que han discutido al respecto llegan a dicha conclusión general no podemos menospreciar su importancia.

La relación entre democracia y derechos humanos se debe explicitar: por una parte la democracia es el sistema que (a pesar de que los Derechos Humanos deberían ser respetados en cualquier sistema político) mejor los respeta y, por la capacidad que tiene de pensarse y repensarse permanentemente, facilita que la cuestión de la emergencia de lo los derechos pueda ser asumida dentro del sistema, con mayor naturalidad y menos resistencias. Por otra parte, los derechos humanos son la gran limitante que el constitucionalismo moderno a impuesto al ejercicio de la soberanía de las autoridades que, previa investidura regular de los cargos y dentro de sus competencias, tienen como limitación el respeto irrestricto de los Derechos y garantías fundamentales de las personas. La lógica asumida de la internacionalización de los derechos ha generado un marco supranacional que debe ser respetado y que supervisa a los Estados (lamentablemente los mayores transgresores de los derechos) en la aplicación, respeto y garantía de dicha normativa.

En el mundo actual los Derechos Humanos se elevan a un plano superior  que se expresa  en la generación de una conciencia global que los consolida y amplía y que, al mismo tiempo, reconozca que la voluntad de los Estados  debe orientar y limitar el ejercicio de su soberanía  en favor de garantizar a las personas sus derechos. Lo anterior cobra aún más relevancia si, desde la realidad global, los Derechos Humanos siguen siendo amenazados y violados por regímenes opresores, guerras, sistemas económicos depredadores, intolerancia religiosa y cultural y, muy especialmente, por problemas derivados de la insuficiente protección de los mismos derechos.

La defensa de los derechos humanos demanda no solo la preocupación por el plano de las libertades políticas sino también en materias referidas a las injusticias sociales. Es por esto que, a pesar de que se ha avanzado de manera importante, aún hay una largo camino por recorrer en el que emergen nuevos desafíos y problemáticas sobre las cuales los Estados deben responder: el tráfico de drogas  y el crimen organizado; la exclusión social de jóvenes (en especial lo que en Chile se llama la generación NI NI, es decir, los cerca de 500.000 que NI estudian, NI trabajan); la desigualdad y la mala distribución de la riqueza: las prácticas de desigualdad en la inequidad para aquellos que ocupan los niveles más desvalidos del orden  social imperante (muy anacrónico por lo demás pero una realidad que no puede negarse): mujeres, indígenas, migrantes, personas privadas de libertad o aquellas de  diferente orientación sexual y de identidad de género; las empresas transnacionales que expresan prácticas inadmisibles que violan los derechos de los trabajadores y no respetan las medidas medioambientales; el desarrollo de las  TIC´s, cada vez más accesibles a la población, pero que aumentan la tensión entre lo global y lo local y que al mismo tiempo visibilizan las violaciones a los Derechos Humanos y facilitan su labor de defensa y denuncia y; los medios de comunicación que cumplen una labor fundamental en su protección que muchas veces se ve limitada por actos de censura y prácticas oligopólicas.

En el mundo de hoy, las ciudadanas y ciudadanos del mundo deben sentirse convocados a generar una cultura de los Derechos Humanos basada en la integración de las diferencias y en el respeto a la diversidad. Los desafíos expuestos son muchos, pero la garantía y protección de los Derechos Humanos constituyen la mejor manera de enfrentarlos. Al mismo tiempo la democracia es la condición para su  defensa, protección y reconocimiento y el principal examen desde el cual se mide el compromiso del Estado y, por qué no decirlo, el grado de desarrollo de una sociedad.