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De fútbol y terror hablamos hoy

La expectativa que había generado  la participación de Colombia en el Suramericano sub-20 no podía ser más decepcionante. Varios meses de preparación y la confianza que el técnico Arturo Reyes desplegó en los últimos meses en la afición del país, parecieron venirse abajo tras la derrota frente a Venezuela en el comienzo del certamen internacional en Chile.

 La ilusión colombiana en medio de una mañana llena de incertidumbre y tristeza por el atentado en la Escuela de Policía Generral Santander de Bogotá, se pretendía esconder un poco, tal vez disimuladamente, con el juego del suramericano en el que la selección acudía con mucha confianza y optimismo.

El juego de la selección nacional nos hizo volver a la sentencia de no tener capacidad de definición aún ante las muchas posibilidades que se presentan. Por lo menos tres claras ocasiones de gol tuvo el equipo tricolor en los primeros 45 minutos y ninguna fue concretada. Venezuela con poco manejo y solo esporádicas incursiones en contragolpes especialmente de su figura Hurtado inquietaba el arco colombiano.

Todo pareció servido apenas comenzando el segundo período cuando fue expulsado un jugador venezolano por doble tarjeta amarilla. La mejor forma de iniciar el camino a la victoria se convirtió, paradójicamente, en el desajuste colombiano. El hombre de más, le quitó entusiasmo al ataque de Arturo Reyes y, en cambio, dio motivación al equipo de Dudamel que en vez de replegar más a sus dirigidos los envió a presionar la salida colombiana.

A ello se suma la parsimonia de los cafeteros que pese al dominio del balón, no lograban descifrar las marcas venezolanas. Quizás, según pudimos apreciar, la selección colombiana se confió demasiado creyendo que en cualquier momento llegaría el gol. Y castigo a esa falta de claridad  y decisión ofensiva llegó el gol venezolano tras una falta cerca del área chica.

De nada sirvieron entonces las alocadas llegadas colombianas en forma seguida en los últimos veinte minutos. Venezuela ahora, con la ventaja, apretó más las marcas y sorteó con calma y estratégicamente las situaciones de peligro. Incluso, en dos contragolpes encontró desguarnecida la zaga colombiana y bien pudo haber aumentado la cuenta.

No hubo fórmula de solución. Ni siquiera para llegar al empate por parte del seleccionado tricolor. La falta de definición en las oportunidades presentadas y el gol venezolano en sus  contadas apariciones nos hizo recordar aquella frase manida en el fútbol de que “El que no los hace los ve hacer”. Ni más ni menos eso sucedió con la selección que tendrá ahora bregar en aguas más turbulentas en lo que resta del torneo.

Lastimosamente fue un mal comienzo. La ilusión de arrancar con un buen resultado se vino abajo. Venezuela, aunque en los últimos tiempos ha dado muestras de progreso futbolístico, no era-según nuestro criterio- el favorito en este partido. Ni siquiera creíamos en apreciaciones del técnico Reyes quien de antemano decía que Venezuela era favorita en el grupo y que sería un partido sumamente difícil. La dificultad, la dimos y la tuvimos nosotros mismos por no saber ni poder descifrar las claras oportunidades de gol. En tal sentido, volvimos a nuestras falencias en los seleccionados: nos falta el gol, nos falta, como siempre, el centavo para el peso.

La derrota frente a una Venezuela con desventaja numérica, produce molestia máxima, tal como la tristeza y rabia producida en el país por el atentado miserable que dejó más de veinte muertos, heridos y desaparecidos en Bogotá. Hecho que nos retrotrae a los tiempos violentos del narcotráfico de los Pablo Escobar y otros tantos que sembraron terror y victimas por montones.

Así mismo, la caída de la selección, nos retrotrae a otros tiempos en que nuestros representativos del fútbol acudían a competencias internacionales apenas como convidados de piedra. Tiempos que creíamos ya superados desde los años noventa; pero con la excepción a la regla que siempre nos ha caracterizado por la falta del gol que nos acredite victorias. Y, como dije antes, haciendo alusión al acostumbrado estribillo que “Nos hizo falta el centavo para llegar al peso”.