Manuel Elkin Patarroyo.
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"El futuro de la inmunología está en Colombia": Manuel Elkin Patarroyo

Aseguró que a nuestra ciencia le habría venido muy bien un boom iberoamericano, como lo tuvo la literatura.

"A la ciencia iberoamericana le habría venido muy bien un 'boom'" similar al literario, afirma el investigador colombiano y artífice de la primera vacuna contra la malaria, Manuel Elkin Patarroyo, en una entrevista con Efe con motivo de la próxima Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias.

A Manuel Elkin Patarroyo, el mayor de once hermanos, nunca le gustó "tener a nadie por delante". Alumno ejemplar desde la primaria, es el único colombiano premio Príncipe de Asturias de Ciencia y Tecnología.

"Habría sido maravilloso contar con una (Carmen) Balcells que nos inventara, que nos juntara", dice Patarroyo en alusión a la editora de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, desde un avión camino a Leticia, en la triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú, donde desde hace 35 años trabaja en la lucha contra la malaria.

Polémico siempre -"no me importa de dónde me vengan los golpes"- ha protagonizado portadas por ir contra la opinión de muchos y ha sido denunciado por protectoras de animales que le acusan de maltratar a los monos con los que testa la vacuna que le hizo famoso a nivel internacional.

"Sin los monos no habría ni una sola vacuna", zanja rápido. "No habría ni una persona vacunada, no habríamos reducido drásticamente los niveles de enfermos de las poblaciones del Amazonas, donde todo el mundo nos quiere y nos apoya", se defiende.

Crítico con la gestión que hizo la Organización Mundial de la Salud de la patente de la vacuna después de que la cediera, reconoce "ingenuidad" por su parte, pero insiste en que vender la fórmula nunca fue una posibilidad.

"Tenía una profunda desconfianza con la ética de las farmacéuticas", introduce para señalar que cuando decidió no vender la patente tuvo "una convicción muy profunda de que no hay por qué adinerarse a expensas del sufrimiento de nadie". "Tiene que ir para el bienestar de la gente, no para untarme los bolsillos", agrega.

Proveniente de una familia humilde del pueblo de Ataco, años después se trasladaron a Girardot donde los once hermanos trabajaban para suplir los turnos de comida y descanso de los trabajadores del almacén de ropa de su madre.

Patarroyo, que comparte nombre con su padre y dos hermanos, siempre quiso ser científico.

Cuenta que fue a los ocho años, cuando cayó en sus manos un tebeo sobre el químico francés Louis Pasteur, y se empeña en que "hay que seguir los sueños que uno tiene de niño" y en su creencia religiosa, ya que, según afirma, "la ciencia no puede dar respuesta a un fenómeno como Dios"; "no me queda más que creer".

Así, Elkin, como le llaman en su familia para diferenciarle del resto de hermanos, comenzó sus estudios en la Universidad Nacional de Colombia para poco después trasladarse a Yale y Suecia, desde donde volvería a Colombia para centrarse en la inmunología y ganar el Príncipe de Asturias en 1994.

"El futuro de la inmunología está aquí", subraya respondiendo a por qué se quedó en Colombia y dejó de lado una carrera con, quizá, más proyección y reconocimiento internacional, algo que, según aclara, no le interesa "lo más mínimo".

Asegura que no se arrepiente de haber desestimado ofertas del extranjero porque quiso contribuir a la búsqueda de soluciones para "los problemas de este mundo", el latinoamericano, al que le unen su familia y "unas profundas raíces".

En el bombo del Nobel de Química durante años, explica que no se trata de que en Iberoamérica se hagan políticas de Estado para recibir galardones "sino para crear escuelas de pensamiento" que ayuden a resolver los problemas de los ciudadanos.

"Necesitamos políticas de Estado de muy largo aliento", opina al mismo tiempo que llama a la unión en la región: "Iberoamérica tiene que unirse, la unión hace la fuerza, somos una población de casi 600 millones de personas, es un número considerable como para que cada quien ande por su lado".

A Manuel Elkin Patarroyo le paran cada cinco minutos para tomarse una foto con "el profesor", le saludan los y las azafatas de los aviones, quienes también se acercan a pedirle un autógrafo que él regala con una amplia sonrisa de la persona inquieta que duerme cuatro horas al día.

"Es muy agradable, muy bonito sentir el cariño de la gente, pero también es una responsabilidad muy grande, me compromete cada vez más, a trabajar más, esforzarme más para resolver más problemas y tener más y mejores soluciones para la gente".

EFE

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