Junior en los 40 años del primer titulo
Junior en los 40 años del primer titulo
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Recuerdos de aquella memorable noche en que Junior conquistó su primer título hace 40 años

Tras vencer 3-1 a Santa Fe.

Aquella noche, 14 de diciembre, hace 40 años, la Barranquilla vibró al máximo como nunca antes lo había hecho. Pegados a los radios, escuchando las transmisiones radiales, especialmente en la voz del “Negro Perea”, el pueblo se volcó a las calles, los pitos y sirenas estrujaban mentes y oídos. Todo el mundo salió de sus casas, los estaderos y en cada esquina los picós, radios y equipos de sonidos, dejaban escuchar la música alegre y bulliciosa que nos identifica a los barranquilleros. Fue una locura colectiva que adelantó el carnaval del 78.

Fue una noche especial. Desde antes de terminar el partido en la fría Bogotá y cuando Junior se daba el lujo de apabullar al Santafé 3-1, la gente alistaba su emoción y los corazones agitados a mil por cien solo esperaban que el árbitro argentino Ángel Coereza dejara sobar el pitazo final. ¡Junior campeón, Junior campeón, Junior campeón! Gritaba incesantemente a todo pulmón Edgar Perea con su voz entrecortada y llorosa de felicidad.

... Junior por fin alzaba la copa de campeón. Bueno, no el trofeo que ese lo recibiría días después;  pero sí el titulo que desde 1948 estaba buscando y que desde 1966 después de 11 años de ausencia y en su reaparición quería tener en su vitrina. Era por entonces, para quien esto escribe, en 1977, mi primer año de periodista deportivo. En la sala de redacción de El Heraldo, nos habíamos agrupado para escuchar la transmisión un grupo de trabajadores de la casa editorial. José Orellano (coordinador), Ricardo Rocha, trabajadores de los talleres y mi persona habíamos seguido muy atentos en la radio y a todo volumen. Y cuando Junior anotó el tercer gol y Perea nos animaba a creer en la victoria, hacíamos comentarios de cómo íbamos a publicar la noticias. Mejor las notas sobre aquella histórica victoria.

De antemano teníamos preparada una página a color con la figura de jugadores y cuerpo técnico. Enmarcada en una gigante estrella. Una bien concebida obra de arte hecha por Enrique Le Oeste, el caricaturista del periódico a quien nuestro compañero Carlos Lajud le había encomendado la tarea.

Hasta Juan Gossaín, jefe de redacción tenía adelantada su crónica de la semana. La de esta vez sería dedicada al Junior bajo el título de “Por fin parió Pabla”.

José Orellano y Ricardo Rocha se encargaron de redactar las notas centrales del triunfo rojiblanco. A mí me encomendaron redactar una crónica histórica del club. Sin autorización alguna se bajó la primera página para cambiarla casi en su totalidad. Ni siquiera se consultó al director Juan B. Fernández aquel atrevimiento.  ¡Por fin carajo! Fue el titulo de mi nota periodística en la que refería el recorrido del equipo desde su fundación en 1924 (Tiempos de amateurismo) y su actuación en el profesionalismo desde 1948 con el debido receso entre 1954 y 1965. 

El  reloj marcaba las 10 y media de aquella noche fría bogotana. En el Estadio El Campín, un reducido grupo de costeños celebraba en las gradas, contrariando a la numerosa hinchada santafereña que debió inclinar la cabeza ante la superioridad futbolística de los rojiblancos. Entre tanto en Barranquilla la presión climática de aquella fecha decembrina calentó el ambiente tornado la suave brisa en gigantesca ventolera de carnaval.

Las emisoras tronaban seguidos las notas de la “Barraquilla procera e inmortal” y las voces de narradores y comentaristas costeños describían poéticamente la hazaña juniorista de los protagonistas vestidos de rojo y blanco. Las maniobras y las virtudes desplegadas aquella noche por el maestro Alfredo Arango y Solari, la férrea defensa de gladiadores como Berdugo Dulio Miranda, Rafa Reyes, y Óscar Bolaño, la enjundia de Comesaña y los goles de Camilo Aguilar y César Lorea se confundían con el nombre de Juan Ramón Verón, “la bruja” argentina que esa noche desplegó su magia para conjurar el peligro santafereño en el arco costeño defendido brillantemente por Juan Carlos Delménico y despejar el camino al título tiburón.

Aquella nota bajo el titulo  ¡Por fin carajo! Mereció para este periodista un llamado de atención por parte del director Juan B. Fernández. Al día siguiente, bien temprano aunque casi podríamos asegurar que se había empalmado la noche con el nuevo día, el sol pareció abrirse más temprano. En Barranquilla no se durmió. La gente amaneció con el festejo de esa primera estrella del fútbol profesional. Con la emoción inocultable acreditada en una amplia sonrisa, el doctor Fernández nos reunió en su oficina del periódico nos consultó y dio instrucciones sobre el cubrimiento de la llegada del equipo a la ciudad. Y un tanto entre bromas nos dijo: “Mucho cuidado con no abusar de nuestros impulsos emocionales para colocar palabras fuertes en nuestras descripciones”. Sin duda, aquel titular ¡Por fin carajo! era el claro ejemplo de lo que nos recomendaba.

Al día siguiente, la romería al aeropuerto comenzó desde las primeras luces del día. La llegada de la aeronave de Avianca fue todo un acontecimiento. En plataforma, pasillos, salas de espera y por cualquier rincón del aeropuerto las banderas rojiblancas, los pendones carteles  y toda clase de anuncios ondeaban de un lado a otro y un grito sonoro e inconfundible de “Campeón, Junior campeón” tributaban el arribo de los héroes del equipo que del avión eran subidos a la enorme máquina del cuerpo de bomberos. Y el tránsito desde allá al Estadio Romelio Martínez parecía interminable. Al paso lento del cuerpo de bomberos el pueblo volcado en aceras de lado y lado coreaba el nombre del equipo, las banderas parecían tributar la celebración de una fecha patria.

Cientos de carros, motos, bicicletas y la gente corriendo a cada lado y detrás del cuerpo de bomberos hacían muchísimo más lenta la marcha. No importó el canicular sol ni la agotadora jornada. Aquella vez Junior merecía y justificaba todo aquello. 

Aquel primer título de campeón fue celebrado no uno ni dos días, se extendió hasta el término de la semana. Porque el domingo 18, cuatro días después de aquel miércoles, Junior cerraría la campaña enfrentando al Nacional en el gramín del Romelio Martínez. Para cerrar con broche de oro en una victoria 1-0 con anotación de Gabriel Berdugo. Esa tarde dominical el estadio se vistió de fiesta con globos multicolores, con el público enmaizenado y alegre bajo el influjo contagioso de tambores y trompetas, de cumbias y comparsas y luces de juegos artificiales como solo corresponde a los caribeños. Y después del partido, un nuevo recorrido por calles y avenidas de la ciudad. De nuevo el cuerpo de bomberos con sus protagonistas a bordo se paseaba  ante la hinchada, ante su gente, ante los seguidores del equipo, es decir ante todo el pueblo barranquillero.

Entendimos entonces que aquellas jornadas agotadoras de pretemporada del grupo de jugadores curtidos y valerosos que desde comienzos del año José Varacka imprimió al plantel bien valieron la pena. Y nos regocijábamos de haber sido testigos al lado del fotógrafo José “Copete” Acuña de dichas jornadas varias veces en recorridos entre Pradomar y Puerto Colombia; paralelos a la playa, a la orilla del mar, mientras el preparador físico instruía a los jugadores y el técnico Varacka nos explicaba el valor de aquellos entrenamientos físicos.

Hoy, cuarenta años después, aquellos recuerdos de ese 14 de diciembre se recrean en nuestras mentes, en la mente de quienes pudimos gozar y disfrutar de aquella primera estrella de campeón. Esa misma que este año nos fue esquiva en la pretensión de alcanzar la número ocho. 

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