Chris Froome, antes de iniciar la competencia en Medellín.
Chris Froome, antes de iniciar la competencia en Medellín.
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Andrés Noé Gómez.

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El silencio inquebrantable de un ciclista, casi invencible

Así es el ritual de Chris Froome antes de salir a buscar la victoria.

Una cinta azul conforma un perfecto rectángulo en la carpa del equipo Sky. Mantiene a raya a los curiosos. Es la mejor forma que encontraron los británicos para permitirle vivir algo de privacidad al conjunto que más roba miradas en el Tour Colombia, no solo por los defensores del título, sino porque cuentan con su gran figura: Chris Froome.

Faltaba poco más de una hora para el inicio de la contrarreloj por equipos en las calles de Medellín con la cual se dio el primer pedalazo al Tour Colombia. El Sky, favoritos a retener la victoria, serían los últimos en correr, pero para preparación para ellos fue larga, en especial para el ‘keniata blanco’.

Ese es uno de los muchos apodos que se le han dado a lo largo de los años a Froome, quien generalmente se muestra como un tipo bonachón, conversador. En pocas palabras, un ‘caballero’ británico que responde con altura a los saludos y que no le molesta una fotografía.

Es más, el autor de esta nota debe confesar que en el hotel de concentración de los corredores en Rionegro, dando la vuelta en un pasillo se topó de frente con el mismo que ha ganado cuatro veces el Tour de Francia y una vez la Vuelta a España y el Giro de Italia.

Chris Froome ensaya su posición de crono, sobre la bicicleta, completamente concentrado.

Fue intempestivo y Froome iba a cambiarse rápidamente a su cuarto para salir a dar una rodada de entrenamiento. Al final del pasillo un asistente del Sky lo miraba para hacerle notar que iba retrasado. Fue un efímero “Hi, Chris”, justo luego de que pasó a toda velocidad… “Hi, good afternoon” devolvió del otro lado, para saludar con un gesto de apuro e irse con el asistente.

Sin embargo, este martes, mientras se bajaba de la van del equipo, aquel rastro de simpatía que por un momento se reflejó en su rostro desapareció por completo. Bajo sus enormes lentes con filtro especial UV, no se dejaba asomar ningún sentimiento empático.

Entró en concentración, anuló todo aquello que estaba a su alrededor y pidió a uno de los mecánicos su bicicleta. Montó en ella y recogió su estirado cuerpo sobre la máquina. Parecía abrazarla, era casi como quisiera meter aquel vehículo de carbono hasta lo más profundo de su ser, arropando con su pecho a su fiel compañera.

Sí, Froome dejó ir todo aquello que lo volviera vulnerable. En su rostro se adivinaba una sensación caníbal, que solo podía conectar de alguna manera con su bicicleta, en un momento de concentración que pudieron romper los camarógrafos y los aficionados que lo graban a la distancia, cercado por un puñado de Policías.

Froome se dispone a salir a competir, bajo la atención de los medios.

Era un silencio claro, profundo y solemne. Era inquebrantable, el tipo del pasillo, ese que dedicaba sonrisas a los aficionados se había quedado en la van. Afuera sola estaba el hombre que sabe ser campeón y pedalear. Ser casi invencible.

Pronto hizo un gesto con su cabeza y uno de los asistentes pido a  la Policía dar paso. Como si fuera un pasillo de honor para su majestad real, con un par de pedalazos se impulsó hasta fuera del parqueadero donde estaba para salir a la calle, desde las vallas lo coreaban y él, con un saludo papal, les respondió la reverencia cada cierta cantidad de metros.

El ritual de silencio crudo de Froome le dio resultados a él y los suyos. Un tercer lugar para empezar la carrera, a solo 10 segundos del líder, a falta de unas jornadas donde cualquier cosa puede pasar.

Lo cierto es que ya sabemos lo que pasará antes de salir a rodar en las vías colombianas. Froome volverá a acercar la bicicleta a su pecho, donde late un innegable corazón de campeón y bajará su cabeza hasta el manubrio para susurrar alguna cosa al manillar. Será en ese momento donde volverá a salir a ganar.

 

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